Mi sobrino me manosea mientras mi novio duerme
Fecha: 08/09/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: Princesa cruel, Fuente: TodoRelatos
... me erizó la piel como si me estuviera tocando el alma. Luego apoyó toda la palma, firme, y comenzó a deslizarla lentamente hacia arriba.
Sentí cómo mis músculos se tensaban, como si mi cuerpo no supiera si huir o rendirse.
Cada centímetro que subía hacía que mi camisón plateado se levantara un poco más, revelando más piel. Yo estaba pegada a la pared, mirándolo callada, con una mezcla de impotencia y calentura.
Me sentía completamente indefensa frente a él: yo, pequeña, frágil, apenas cubierta por esa tela fina que no servía de nada como protección; y él, enorme, alto, con los hombros anchos y el cuerpo que parecía tallado para imponer temor y deseo al mismo tiempo.
Su mano siguió subiendo, lentamente, tan despacio que me obligaba a sentir cada roce como un latido. El contraste entre sus dedos ásperos y mi muslo suave hacía que la sensación de sus caricias fueran mucho más intensas que cuando Fabricio me tocaba con sus manos delicadas.
Entonces solté un suave gemido, totalmente impertinente.
—¿Te pasa algo, tía? —susurró, con un tono tan provocador que me hizo apretar los labios para no responderle.
Su mano siguió, lenta, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y cuando la yema de sus dedos llegó al borde de mi tanga, se detuvo. La acarició justo en el centro, ahí donde la tela finita apenas cubría lo más sensible, lo más prohibido. Me rozó con la punta de los dedos, suave, casi con ternura, y sentí un escalofrío que me subió por la espalda como una ...
... descarga eléctrica. Me mordí el labio.
—Mirá lo que tenemos acá... —murmuró, apenas audible, como si hablara solo.
Presionó un poco más fuerte, con esa tranquilidad que era mucho peor que cualquier apuro. La calma con la que tocaba, con la que empujaba apenas la tela contra mi cuerpo, me volvía loca. No necesitaba hacer más que eso para tenerme temblando.
Los dedos dibujaban círculos lentos, firmes, sobre la tela ya húmeda.
—¿Te das cuenta? —susurró, con una sonrisa torcida, mirándome desde arriba—. Ya te gané.
Sentí cómo mis caderas se movían solas, buscando más. Y entonces, con la punta de dos dedos, enganchó la tanga de un lado, la corrió hacia el costado como si abriera un regalo, y me dejó expuesta.
Clavó los ojos en los míos y, con un movimiento lento y certero, me hundió un dedo.
—Ah… —exhaló, como si no pudiera creer lo que sentía—. Pará un poco... No estás mojada...
Se quedó en silencio un segundo. Me miró, con esa mirada oscura, cargada de deseo y de maldad dulce, y entonces, con la voz ronca, dijo:
—Estás empapada.
Yo no podía respirar. El aire me pesaba. Sentía su dedo apenas entrando, saliendo, jugando con mi concha. Cada vez que empujaba un poco, mi cuerpo se arqueaba sin que pudiera evitarlo.
Y él no se apuraba. Me acariciaba desde adentro como si estuviera escribiendo algo con la punta del dedo. Como si lo hiciera solo para ver cuánto aguantaba antes de rogarle que no se detuviera.
Y cuando ya no daba más, cuando pensé que iba ...