El círculo. Cap.33. Las cosas que no queremos ver
Fecha: 11/09/2025,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Ixchel Diaz M, Fuente: TodoRelatos
... usadas. Violadas. Vendidas. Despedazadas. Yo... fingí adaptarme. Le di lo que quería. El cuerpo. La sonrisa. La obediencia. Lo que no supo nunca fue que aprendí a verlo. A odiarlo. A amarlo. A sobrevivirlo.
Las palabras quedaron suspendidas. Damián no dijo nada. Se acercó. Y ella lo besó. No con dulzura. Sino con hambre. Con una necesidad que le reventaba en las venas.
Él respondió al instante. Las bocas chocaron. Los dientes se buscaron. La lengua entró sin pedir permiso. Se arañaron, se tomaron con desesperación, con ese tipo de deseo que solo se tiene cuando ya no hay nada que perder.
Helena se dejó caer de espaldas en la cama, la toalla se abrió como una flor violenta. Damián cayó sobre ella, le mordió la clavícula, la lamió, la besó con la boca abierta, con los dientes, con los gemidos entrecortados.
—Hazme lo que quieras —susurró ella.
—No —le respondió él con la voz ronca, con la boca entre su pecho—.Lo que necesitas.
Y entonces la tomó.
La giró con fuerza. La puso de rodillas, las piernas separadas, los brazos contra el colchón. Se inclinó detrás de ella y la mordió en el cuello. Le metió los dedos con rudeza, dos al principio, luego tres, con una fuerza que la hizo gemir entre el placer y el ardor.
—¡Ah... Damián...! —gritó, y se arqueó, y se le escurrieron lágrimas de placer.
Él la penetró con rabia. Con todo. Con un golpe seco que la hizo caer de frente en la almohada. Helena gritó. No de dolor. Sino de asombro. Como si no supiera que ...
... todavía podía sentir así.
El sonido de los cuerpos chocando llenó la habitación. La piel húmeda. Los muslos marcados. Las manos de él en sus caderas, marcándole con fuerza, tirándole del cabello, sujetándola como si fuera su ancla y su tormenta.
Helena se venía una y otra vez. Gritaba. Maldicía. Le pedía más. Le suplicaba que no parara. Que la rompiera. Que la terminara de sacar de Lorenzo, de todo lo que había sido antes.
Damián no hablaba. Solo gemía con los dientes apretados. La embestía como un animal herido, con rabia, con urgencia, con amor escondido en el fondo de la garganta.
Cuando la giró boca arriba, ella lo arañó en el pecho. Él le lamió los senos, le mordió el pezón hasta que ella gritó, luego la besó con lengua sucia, sin pausa, mientras la volvía a llenar.
—¡Sí! ¡Así! ¡Cógeme! —gritó Helena, y sus piernas temblaban, y sus uñas dejaban marcas rojas en la espalda de él.
Sus cuerpos eran un incendio. Un pacto sellado con sudor y gritos. Cuando terminaron, fue con espasmos. Con sus músculos ardiendo. Con la habitación impregnada de sexo.
Él la abrazó. La sostuvo. Helena temblaba. No de frío. De haber sentido algo más que físico. Algo que le rasgó la historia.
Y entonces, con los ojos aún húmedos, con el cabello pegado a la frente, le dijo al oído:
—Tú no eres mi dios… pero por ti,voy a quemar el templo.
Damián cerró los ojos.
Y por primera vez, entendió el poder de tener una mujer que ya había ardido. Que ya se había salvado sola. Que ...