Desbordada: Confesiones de una sesentona indomable - Relatos Eróticos

Desbordada: Confesiones de una sesentona indomable

... esta cena: escuchamos música (jazz suave que siempre me ha gustado), la conversación fluye sin forzarla, y Quique realmente me escucha cuando hablo de mis experiencias en Cullera.

—Me alegro de que hayas tenido ese tiempo para ti —dice en un momento dado, sorprendiéndome—. Creo que ambos lo necesitábamos. Para recordar quiénes somos fuera de... esto. —Hace un gesto vago que abarca el apartamento, nuestra vida compartida.

—¿Y quién eres tú, Quique? —pregunto, genuinamente interesada—. Fuera de esto, quiero decir.

La pregunta parece sorprenderle tanto como a mí. Se toma un momento para considerarla, girando su copa de vino entre los dedos.

—No lo sé con certeza —admite finalmente—. Durante muchos años, me definí por mi trabajo. Luego, cuando me jubilé, perdí esa identidad y no supe reemplazarla. Me convertí en... una versión disminuida de mí mismo. Alguien que ocupaba espacio pero no lo habitaba realmente.

Su honestidad me desarma. No esperaba esta clase de introspección de Quique, este nivel de autoconciencia.

—Pero tu partida me obligó a mirarme realmente —continúa—. A preguntarme qué quería hacer con el tiempo que me queda. Y me di cuenta de que no quiero seguir siendo ese hombre que se rindió ante la vida. Quiero... participar de nuevo. Estar presente.

Sus palabras resuenan en mí porque reflejan mi propio proceso. Ambos, a nuestra manera, hemos estado despertando de un largo sueño de conformismo y resignación.

—¿Y eso incluye nuestra relación? ...

... —pregunto, yendo directamente al núcleo del asunto.

—Si tú quieres —responde con una sinceridad que me conmueve—. No como era antes —eso no funcionaba para ninguno de los dos— sino como algo nuevo. Algo que construyamos conscientemente, sabiendo lo que queremos y lo que no.

Su propuesta me sorprende por su madurez, por su falta de exigencias o condiciones. No es la súplica desesperada de un hombre que teme quedarse solo, sino la invitación reflexiva de alguien que ha hecho su propio trabajo interior.

—Necesito tiempo —respondo honestamente—. No para decidir si quiero intentarlo contigo, sino para entender qué clase de relación quiero en esta etapa de mi vida. Con quien sea.

Quique asiente, aceptando mis palabras sin resentimiento.

—Todo el tiempo que necesites —dice, y parece sincero—. No hay prisa.

Esa noche, en la habitación de invitados que ahora es mi espacio, reflexiono sobre este nuevo Quique y lo que significa para mis decisiones futuras. No es fácil reconciliar al hombre que me ignoró durante años con este ser atento y reflexivo que ahora se esfuerza por reconectarse. ¿Es este cambio permanente o solo una reacción temporal al miedo de perderme? Y más importante aún: ¿qué es lo que yo quiero realmente?

Los días siguientes establecen una nueva dinámica entre nosotros. Compartimos espacios y momentos, pero también mantenemos nuestra independencia. Quique no presiona, no invade, no asume. Parece genuinamente interesado en redescubrirme como persona, no solo ...