La primera vez
Fecha: 29/09/2025,
Categorías:
Lesbianas
Autor: DaddyLickMe, Fuente: TodoRelatos
... más grandes que los míos, más redondos. Me gusta tu areola, el pezón que la corona. Me gustaría poder posar mi boca en ellos.
Sara soltó una risa baja, cálida.
—Me gusta que seas intensa. Eso que me acabás de decir… me prendió. Me calentó.
Maira, que había estado observando en silencio, se acercó con una sonrisa cómplice.
—Yo también quiero decir algo —intervino—. Andrea, tus pechos tienen una belleza distinta. Más suaves, más discretos. Los míos son más firmes, más oscuros. Pero me gusta cómo los tuyos se mueven cuando respirás. Me gusta que sean tuyos.
Andrea se rió, un poco nerviosa, pero feliz.
—Somos tan distintas…
—Y eso es lo hermoso —dijo Maira—. Vos, con tu piel escandinava, tan clara que parece nieve. Sara, con ese fuego pelirrojo que no se apaga. Y yo, con esta piel negra que absorbe la luz y la devuelve en calor.
Sara asintió.
—Cada cuerpo tiene su idioma. Y hoy vamos a aprender a traducirnos.
Andrea se acomodó frente a ella, con los dedos temblorosos pero decididos. Maira se sentó detrás, como una sombra amable, lista para intervenir si el miedo asomaba.
—¿Querés comenzar? —preguntó Sara, con voz baja.
Andrea asintió. No con palabras, sino con la mirada. Y el juego comenzó. No con caricias aún, sino con gestos. Con risas tímidas. Con preguntas que no necesitaban respuesta.
Sara le ofreció su cuerpo como un mapa. Andrea lo recorrió con dedos curiosos, con labios que aprendían a leer. Maira susurraba indicaciones, corregía con ...
... ternura, celebraba cada descubrimiento.
—¿Así está bien?
—Más despacio. Escuchá cómo reacciona.
—¿Y si me equivoco?
—Entonces aprendés. Eso también es parte del juego.
Las diferencias culturales se volvieron parte del lenguaje: Andrea preguntaba por los rituales de Maira, por los símbolos que Sara llevaba tatuados en la piel. Sara hablaba de su crianza irlandesa, de cómo el cuerpo era algo que se escondía. Maira contaba cómo en su cultura el cuerpo era celebración, ritmo, tambor.
—Yo crecí con vergüenza —dijo Andrea.
—Yo con fuego —respondió Sara.
—Y yo con danza —agregó Maira.
Y entre risas, suspiros y miradas, el juego se volvió ceremonia. No eran solo cuerpos. Eran historias que se tocaban, que se escuchaban, que se celebraban.
La luz era más tenue que en los encuentros anteriores, como si el espacio supiera que lo que iba a ocurrir necesitaba sombra, pausa, intimidad. Andrea estaba sentada en el centro del futón, con las piernas cruzadas y los ojos atentos. Sara a su lado, el cabello cayendo como fuego sobre sus hombros. Maira, de pie, los observaba con una sonrisa que no apuraba.
Sin decir palabra, Maira se despojó del vestido. Lo dejó caer con elegancia, como si fuera parte de un ritual. Luego desabrochó el sujetador, que se deslizó por sus brazos y cayó al suelo con lentitud. No llevaba bragas. Su cuerpo se ofrecía sin pudor, sin tensión. Era una presencia que hablaba de poder, de calma, de deseo contenido.
Andrea y Sara la miraron. ...