1. La primera vez


    Fecha: 29/09/2025, Categorías: Lesbianas Autor: DaddyLickMe, Fuente: TodoRelatos

    ... No con sorpresa, sino con hambre. Con admiración. Con esa mezcla de respeto y fuego que solo se da cuando el cuerpo se convierte en lenguaje.
    
    Maira se sentó junto a Sara, y le tomó la mano.
    
    —Mira, Andrea —dijo, con voz templada—. Aquí. Aquí es donde se aplica presión. No con fuerza. Con intención. Con ritmo. Con lengua, haciendo círculos.
    
    Andrea se acercó, con los ojos abiertos como si estuviera frente a un mapa nuevo.
    
    —Sara, muéstrale —dijo Maira—. Tócame. Que ella vea.
    
    Sara obedeció. Sus dedos se movieron con precisión, con ternura. Maira cerró los ojos, dejó que el cuerpo hablara. Andrea observaba, aprendía, preguntaba con la mirada.
    
    —¿Así?
    
    —Muy bien —respondió Maira, entre suspiros—. ¿Ves, Andrea? Es sencillo. Es escuchar con la boca. Con los dedos. Con el cuerpo entero.
    
    Andrea se acercó a Sara. Tocó con timidez, luego con más decisión. Sara se dejó hacer, guiando con gestos, con sonidos, con risas suaves.
    
    La sesión transcurrió como un juego. Maira indicaba. Sara ejecutaba. Andrea aprendía. Pero no era una clase. Era una danza. Una conversación entre cuerpos que se reconocían, que se celebraban, que se enseñaban sin juicio.
    
    Las diferencias entre ellas se volvieron parte del juego: la piel oscura de Maira contrastando con la claridad de Andrea, el fuego pelirrojo de Sara iluminando cada gesto. Cada una aportaba algo distinto. Cada una recibía algo nuevo.
    
    Y cuando el cuerpo ya no necesitó instrucciones, cuando las manos se movían solas, ...
    ... cuando las bocas sabían dónde ir, el juego se volvió ceremonia. No eran solo amantes. Eran cómplices. Eran maestras y alumnas. Eran deseo que se enseña tocando.
    
    Andrea ya no era la misma. Algo en su mirada había cambiado: no era arrogancia, ni impulso desmedido. Era certeza. Deseo que había aprendido a caminar sin tropezar.
    
    —Creo que no entendí bien —dijo, mirando a Maira con una sonrisa tímida—. ¿Puedo tocar yo esta vez?
    
    Maira la observó, sorprendida por el giro. Pero también orgullosa.
    
    —Claro que sí —respondió—. Hoy yo miro.
    
    Andrea se acercó con calma, como quien conoce el terreno pero aún lo respeta. Sus manos recorrieron el cuerpo de Maira con atención, con ritmo, con hambre contenida. Maira cerró los ojos, dejó que el cuerpo hablara. Cada gesto de Andrea era una pregunta sin palabras, y cada suspiro de Maira, una respuesta.
    
    Sara observaba desde el costado, con los labios entreabiertos, el cuerpo encendido por la escena.
    
    Maira abrió los ojos, la miró con una sonrisa cómplice.
    
    —Niña, no te apagues. Tócate. Calentate. Esto también es tuyo.
    
    Sara obedeció. No con vergüenza, sino con deseo. Sus manos comenzaron a moverse, primero sobre su vientre, luego más abajo, como si el cuerpo necesitara acompañar lo que los ojos veían.
    
    Andrea seguía tocando. Ya no pedía permiso. Ya no dudaba. Sus dedos se movían con decisión, con ritmo, con intuición. Maira suspiraba, se arqueaba, se ofrecía.
    
    —Estás agarrando confianza —dijo Sara, con una sonrisa entre ...
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