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        Ayuda entre hermanas (8)
 Fecha: 18/10/2025, Categorías: Incesto Autor: PerseoRelatos, Fuente: TodoRelatos
 ... sudadas. Igual y si nos bañamos. —¿Juntas? — sugirió, con una voz calmada, pero maliciosa. Guardé silencio. Diana suspiró, me tomó de la mano y me llevó hasta el baño Entré. Comenzó a desvestirse, de una forma mucho más pausada que todas las veces anteriores. Me quité la ropa y entré a la regadera, temblando. El agua nos tocó al mismo tiempo Nos quedamos ahí, paradas, el agua escurriéndonos por el cuerpo, sin hablar. —¿Te hice algo? —pregunté, al fin. Diana me miró, y en sus ojos había rabia y tristeza mezcladas. —No. Pero sí —dijo. —¿Entonces? —No sé, Lola. Sé que no tiene nada ver que ver contigo… o sea pues no me hiciste nada, pero me siento… que no hay nada entre nosotros, ¿entiendes? Sé que tú y yo somos hermanas y nada más, pero saber que podías… no sé, dejarme de lado en el momento en que alguien más apareciera me hizo darme cuenta de que tal vez… no sé, realmente no fue especial para ti todo lo que vivimos. La frase me dejó helada. —No es cierto —protesté. —¿En serio? El agua corría por su cara y por un instante no supe si lloraba o era solo el agua. Sentí una culpa densa, asfixiante. —Todo fue real —intenté, y di un paso hacia ella. Diana no retrocedió. Sus ojos estaban fijos en los míos, desafiantes. —¿me lo prometes? —dijo, bajando la voz aún más—.Yo sé que quizá suena un poco enfermo, pero quería saber que lo nuestro era especial. No supe qué responder. Por un segundo, sólo nos miramos, dos cuerpos ... ... desnudos y mojados, la besé. Y quien haya tenido esa experiencia en la ducha, sabrá lo fácil que es perder la respiración. —¿Y ahora? —pregunté, casi sin aire. Diana soltó una risa triste. Entonces, de la nada, Diana me tomó del cuello con ambas manos y me empujó contra la pared fría del baño. No fue brusco, pero tampoco suave; fue simplemente inevitable. Supe que no había nada más que explicar, que todo el discurso emocional se agotaba ahí, en el contacto de su piel mojada contra la mía. Me besó, y el agua caliente diluyó el límite entre saliva y el vapor, entre culpa y deseo. Me deslizó la lengua por el labio inferior y luego, sin más, su mano bajó por mi espalda, rodeó mi cintura y se metió directo entre mis piernas. No perdió tiempo en exploraciones ni tanteos: sus dedos se hundieron entre los labios húmedos y palpitantes, resbalando más fácil de lo que nunca antes había sentido. Cerré los ojos y gemí. El eco de mi voz rebotó en los azulejos, multiplicando la vergüenza y el placer. Diana me sostuvo en esa posición, apretando con la palma la entrada de mi coño y moviendo los dedos con un ritmo lento, pero decidido. El agua caliente recorría mi cuerpo y sus manos también. El cuerpo entero me vibraba. —Para, para —susurré, luchando por recuperar la respiración—. No aquí, Diana, por favor. Ella detuvo el movimiento, pero no soltó mi cuello ni mi cintura. Me miró, las gotas rodándole por la frente y un brillo feroz en los ojos. —¿Por qué? —preguntó, ...