1. Urgencias domésticas: setenta y húmeda


    Fecha: 01/11/2025, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Lucas 2304, Fuente: TodoRelatos

    ... estaba mal.
    
    «Vamos, cariño», pensé. «Deja de pensar tanto y siéntelo».
    
    —¿Sabes qué? —dije, soltando su brazo y fingiendo casualidad—. Hace calor aquí abajo. ¿Te importa si me abro un poco el vestido?
    
    Sin esperar respuesta, comencé a desabrochar los dos primeros botones de mi vestido azul con movimientos deliberadamente lentos. El escote se abrió revelando más piel de la que cualquier abuela decente debería mostrar, y el hecho de que no llevara sujetador se hizo evidente por la manera en que mis pechos se movían libremente bajo la tela.
    
    Los ojos de Tomeu se fueron directamente a mi escote como si fuera un imán, y se quedaron ahí fijos durante unos segundos que se me hicieron eternos.
    
    Tragó saliva audiblemente.
    
    —Yo... debería...
    
    —¿Deberías qué? —pregunté, ajustándome ligeramente la tela de manera que se entreabriera aún más—. ¿No está mejor así? Mucho más fresco.
    
    En lugar de responder, se volvió hacia sus herramientas, pero pude ver cómo sus manos temblaban ligeramente mientras fingía buscar algo específico.
    
    «Perfecto», pensé. «Ya está enganchado. Ahora solo necesito ser paciente».
    
    —Bueno —dije, recogiendo la bandeja—. Te dejo trabajar. Pero si necesitas cualquier cosa... y quiero decir cualquier cosa... estaré arriba.
    
    Mientras subía las escaleras, exageré ligeramente el balanceo de mis caderas, consciente de que sus ojos me seguían. En el último escalón, fingí tropezar ligeramente, lo que me dio la excusa perfecta para mirar hacia atrás y ...
    ... pillarlo observándome.
    
    Le guiñé un ojo.
    
    Su rostro se puso rojo como un tomate.
    
    «Ida», me felicité, «todavía tienes magia».
    
    Pasé la siguiente hora en la cocina, preparando una comida especial. Nada demasiado obvio, pero sí lo suficientemente elaborado como para crear una excusa para más interacción. Además, cocinar me daba algo que hacer con las manos mientras planificaba mi próximo movimiento estratégico.
    
    El sonido de las herramientas llegaba desde el sótano como una banda sonora de masculinidad trabajadora. Cada golpe de martillo, cada chasquido de una llave inglesa, cada murmullo de concentración me recordaba que había un bombón de veintiséis años sudando directamente debajo de mí.
    
    «¿Cuánto tiempo hace que no tienes a un hombre en casa?», me pregunté mientras pelaba patatas, notando cómo se me endurecían los pezones bajo el vestido cada vez que oía su voz. «¿Cuándo fue la última vez que alguien te miró como te está mirando este chaval?»
    
    La respuesta era para echarse a llorar. Desde Klaus, mi último «caballero acompañante» —que menudo eufemismo, como si fuéramos al teatro en lugar de echarnos un polvo—, que había decidido hace dos años que prefería a una viuda de sesenta y dos en lugar de una de sesenta y ocho. Que hasta los jubilados quieren pollo de corral, fíjate tú. Después de diez años siendo viuda, después de criar a tres críos y tener varios «amigos especiales» a lo largo de los años, creía que ya no me quedaban sorpresas por descubrir.
    
    «Pero esto», ...
«12...567...17»