Su última adquisición, Cap. 9 - Relatos Eróticos

Su última adquisición, Cap. 9

... Booker.

Ella le respondió cortésmente, con voz temblorosa, manos temblorosas, deseo y miedo en su interior. "Sí, señor. Quiero ser la esclava de mi esposo... de Justin, perdón, de mi amo."

Dylan sonrió y empujó el documento sobre el escritorio.

"Este contrato no es legal y no es ejecutable según la ley actual. Sin embargo, detalla la naturaleza de la relación que tu amo exige de ti. Al aceptarlo, estarás obligada por honor a cumplir sus disposiciones. Justin Booker será tu dueño, tú su propiedad personal. El contrato le da derecho a usarte como quiera, ya sea sexualmente o de cualquier otra manera. Tiene derecho a disciplinarte y castigarte como le parezca. Las únicas restricciones que tiene se refieren a tu seguridad física y tu salud. Cualquier exigencia que te ponga en peligro, tienes el derecho, incluso la obligación, de ignorarla. ¿Lo tienes claro?"

"Sí, señor. Lo tengo claro."

"Revísalo con cuidado," le aconsejó mientras Emily lo cogía y comenzaba a leer cada cláusula. Las palabras parecían atropellarse y su mente se quedó en blanco durante varios segundos hasta que finalmente se obligó a concentrarse.Esclavitud, propiedad, posesión, abdicación de derechos humanos, servidumbre sexual, castigo, disciplina... palabras, palabras y más... revivieron su cuerpo medio petrificado y empezaron a calentarlo de nuevo, tan caliente como cuando entró en la oficina y Dylan Kincaid la aturdió. Calor, lo opuesto al frío glacial que la invadió cuando la realidad se clavó ...

... en su ser y acalló sus jugos sexuales. Su cuerpo rugía ahora, vibrante; su mente también rugía, al darse cuenta de que lo que estaba a punto de firmar era tomado en serio por estos dos hombres, y muy probablemente por los otros anónimos, cuyo propósito en la reunión seguía siendo un misterio.

"¿Firmo aquí?" preguntó, su voz susurrante era baja pero bastante audible. Dylan Kincaid asintió mientras tomaba la pluma estilográfica azul y comenzaba a garabatear su nombre.

“Y esto,” le puso otro papel delante de la cara, “supone un cambio permanente de tu nombre, aem.”

“em, ¿solo eso?”

“Las esclavas no necesitan más que eso.”

“Sí, señor.”

El abogado parecía más adusto ahora, más autoritario en su comportamiento a medida que el ambiente de la reunión se ensombrecía. Recogió los papeles, los guardó en su carpeta y, dejándola a un lado, le hizo un gesto a uno de los hombres de un lado de la sala: “Jon, ¿quieres retirar la silla de la esclava?” Apenas tuvo tiempo de levantarse cuando la silla fue retirada de debajo de ella y la dejaron de pie mientras los cuatro hombres la observaban con atención.

“Señorita Janson,” llamó el abogado a su secretaria por el intercomunicador. “¿Puedo venir aquí?. Se volvió haciaem. “Tu amo ha pedido que entregues tu ropa.”

“¿Mi ropa?”

“Sí, quítatela.”

Su mirada de impotencia delató sus sentimientos, pero los presentes apenas se inmutaron. Abrió la boca para hablar, y solo dijo: “Sí, señor,” con voz temblorosa.

Jugueteó con ...