1. El círculo. Cap.37. La calma que es guerra


    Fecha: 20/11/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Ixchel Diaz M, Fuente: TodoRelatos

    ... llamada.
    
    El oficial miró el celular, lo colocó dentro de una bolsa de evidencia. Luego observó el cuerpo de la joven, aún tendido sobre el colchón.
    
    No parecía un caso más. No por el apellido. No por el escándalo que vendría. Sino por el silencio que había quedado. Ese silencio que, si uno no se protegía, se metía dentro.
    
    En la calle, un perro ladró. Y al fondo, la ciudad seguía viva. Sucia, indiferente, insomne. Como si no se hubiera perdido nada.
    
    Como si el cuerpo de Ximena no le doliera a nadie.
    
    __
    
    Casa de Damián y Helena. Día siguiente. Tarde, pero aún parece noche.
    
    El portazo no hizo eco. La casa estaba demasiado callada para eso. Como si el silencio se hubiera instalado en los muros, en las cortinas, en los objetos. Todo estaba inmóvil. Incluso el polvo.
    
    Damián entró arrastrando los pies. La ropa olía a cigarro, a calle, a desvelo. Llevaba la misma camisa de la noche anterior, ahora empapada bajo las axilas, arrugada en los codos. El saco colgaba de un hombro como si ya no fuera parte de su cuerpo. Los ojos rojos, pero secos. Había llorado por dentro toda la madrugada, como se lloran los pecados viejos: sin lágrimas, pero con humo.
    
    Había fumado sin parar. En la calle, en la puerta del SEMEFO, en el auto estacionado. Se negó a que alguien lo acompañara. No dejó que nadie lo tocara. Solo marcó al buzón de voz de Isabella y dejó unas palabras que ni siquiera recordaba haber dicho. Algo así como“ya está… ya pasó… no se puede hacer nada”.
    
    Pero ...
    ... no. No había pasado.
    
    Y no iba a pasar.
    
    Helena lo esperaba en la sala, sentada en el sofá más grande, con las luces apagadas y una lámpara de pie encendida en ámbar tenue. Llevaba una bata de algodón grueso, color perla. Su cabello estaba recogido y el rostro desnudo de maquillaje. En la penumbra, su embarazo ya no podía ocultarse. Era evidente. Redondo. Vivo.
    
    Ella no dijo nada cuando él cruzó la puerta. No se levantó. Solo lo miró. No con miedo. No con compasión. Con una ternura sin palabras. Antigua. Dura. Resistente.
    
    Damián dejó las llaves en la mesa. Caminó hasta el sillón como si sus rodillas no obedecieran. Se sentó junto a ella, pero no la miró. Se inclinó hacia adelante. Apoyó los codos en las piernas. Hundió el rostro entre las manos.
    
    Y entonces, sin anunciarlo, se quebró.
    
    No hizo ruido. No gritó. No gimió. Solo tembló. Como si un rayo le hubiera atravesado la frente y le hubiera partido la historia en dos. Como si todo lo que era se derrumbara, pedazo a pedazo.
    
    Helena se inclinó sin prisa. Lo rodeó con los brazos y apoyó su frente sobre la nuca de él. Le acarició el cabello, lento, como se acaricia a un niño enfermo. Luego le besó las sienes, con la boca tibia, sin fuerza, sin promesa.
    
    Y solo murmuró, muy bajo, como si se hablara a sí misma:
    
    —Estás aquí. Aún estás aquí.
    
    Él no respondió. Ni asintió. Solo se dejó ir. Dejó que sus hombros cedieran, que su pecho se vaciara, que su peso se derrumbara en el regazo de ella. Como si fuera su única ...
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