1. Los días por vivir 8


    Fecha: 26/11/2025, Categorías: Infidelidad Autor: lolabarnon, Fuente: TodoRelatos

    ... Se veían incluso andamios y material de albañilería.
    
    —Es de los que están rehabilitándola —me explicó mientras abría la puerta y una sensación de frío interno nos envolvió.
    
    Debí estremecerme, porque enseguida me volvió a hablar.
    
    —Vamos a poner la chimenea y a encender la calefacción. ¿Dónde quieres dormir?
    
    —No sé… es tu casa.
    
    —Era de mis abuelos. Yo solo la estoy reformando. Hay un dormitorio aquí, abajo —me lo señaló abriendo la puerta y dejando ver una alcoba bien decorada, con muebles de madera y un escritorio con un butacón antiguo—. O si no, arriba hay tres más. Uno no está totalmente acondicionado. Están trabajando en la fachada y no te lo recomiendo. Otro, es el que yo utilizo. Y queda el último, que es como este, solo que con dos camas.
    
    —Me da igual, de verdad.
    
    —Lo que tú prefieras. Si quieres, dejas aquí todo y luego eliges. ¿Te parece?
    
    —Muy bien.
    
    —Bueno, pues vamos a descargar todo y a enchufar esas cosas que hacen la vida más agradable. Luego, en una hora o así, mientras dejamos que la casa se caldee y enciendo la chimenea, nos vamos a tomar un vino o una cerveza al bar de Toño —me dijo.
    
    —Como digas.
    
    —Toño es quien me hace la rehabilitación de la casa. Es un amigo al que conocí de pequeño. Se equivocó, cometió errores, pero ahora es un tipo sabio.
    
    —¿Y eso?
    
    —Porque sabe lo que es transitar por el lado peligroso de la vida. Y eso, creo que es bueno para evitar nuevos errores, ¿no crees?
    
    —Sí, es posible —dije sin dejar ...
    ... de pensar si yo también bordeaba el límite de lo aceptable con mi pasado de infidelidades y de adicción a Nacho.
    
    —Ah… otra cosa. Los móviles, apagados. Aquí se viene a descansar, a hablar y a estar relajados.
    
    Sonreí y saqué el mío. Lo apagué y lo dejé en una pequeña cesta de mimbre que estaba cerca de la entrada de la casa.
    
    Esa mañana conocí a Toño y su manera de ver la vida. Sus tatuajes defectuosos, con las arrugas que la cárcel debía imponer. Su sonrisa triste, sus ojos profundos, sin brillo, y su innegable admiración por Alberto. Supe que había sido él quien le prestó el dinero para que empezara con el bar, y que se lo devolvía religiosamente todos los meses.
    
    Se abrazaron en una escena que me pareció entrañable y rara. Un apuesto abogado de Madrid, vestido con informal elegancia y un expresidiario que llevaba barbas hirsutas sin cuidar, extraños dibujos descoloridos en los antebrazos y una mirada de profundidad acuosa y opaca.
    
    Me bebí dos o tres cañas y Alberto las mismas copas de vino. Hablamos de lo humano y lo divino, y cuando nos fuimos a despedir, Toño, tras darle otro abrazo a Alberto, me miró durante un segundo, me rodeó los hombros con su brazo derecho y mientras nos acompañaba a la puerta, me miró a los ojos, mientras su voz, cavernosa y rota por los excesos antiguos, me dijo:
    
    —Si lo imaginas, es que es o será real.
    
    —No te entiendo… —le dije.
    
    —Sé leer en las miradas. Tuve mucho tiempo para ello —volvió a decir sin que terminara yo de ...