Bajo Su Mirada III - Relatos Eróticos

Bajo Su Mirada III

... deteniéndose justo antes de tocar su sexo. —¿Lo quieres aquí? —preguntó, rozando apenas la zona con la punta.

Kira asintió, mordiéndose el labio. —Dilo.

—Sí, Ama Lucía… lo quiero.

La presión aumentó de repente, el vibrador colocándose justo contra ella, cubriendo por completo el punto más sensible. El zumbido le atravesó como una corriente, y tuvo que clavar las manos en la alfombra para no perder la postura.

—Buenísima… —susurró Lucía, moviéndolo apenas, lo suficiente para que el placer se mezclara con una pequeña frustración por no recibir más.

Después de unos segundos, Lucía lo retiró de golpe, y Kira dejó escapar un gemido bajo, casi un quejido. —No… aún no, vaca. Aquí mando yo.

Lucía se movió detrás de ella y colocó el vibrador en el suelo, entre sus piernas, ajustando la postura de Kira para que quedara presionando su sexo contra el aparato. —Ahora muévete. Despacio. Quiero que me muestres cómo te das placer mientras sigues obedeciendo.

Kira empezó a balancear la cadera hacia adelante y hacia atrás, sintiendo el zumbido constante mezclarse con la presión del plug y el tirón de las pezoneras. Cada movimiento hacía que el collar sonara, un recordatorio de que estaba cumpliendo un rol.

Lucía observaba desde un lateral, los brazos cruzados, como si estuviera evaluando un espectáculo que había organizado para sí misma. De vez en cuando, intervenía: un toque en la espalda, un pellizco rápido en el costado, un ajuste en la posición de las ...

... rodillas.

—Más lento. Quiero verte sufrir por cada segundo que no te dejo correrte.

Kira obedecía, mordiéndose el labio para no gemir demasiado alto, el cuerpo entero vibrando entre el placer y la tensión.

Lucía se inclinó y, sin previo aviso, apagó el vibrador. —Suficiente por ahora. Todavía no hemos llegado ni a la mitad del juego, y quiero que tengas energía para todo lo que viene.

Lucía se apartó un momento, dejando que Kira permaneciera en la posición que había ordenado, con las rodillas y manos hundidas en la alfombra, el collar sonando suavemente con cada respiración agitada. El silencio que dejó fue pesado… hasta que regresó con algo que Kira no había visto antes: un taburete bajo y un recipiente metálico más grande que el cuenco de agua.

Lo colocó frente a ella y habló con ese tono grave que se clavaba como un anzuelo: —Una buena vaca sabe cuándo es hora de dar leche… y hoy, Kira, es tu turno.

Se agachó a su lado y retiró con cuidado las pezoneras de ventosa. La piel quedó roja y sensible, los pezones duros, latiendo casi al ritmo de su corazón. Lucía sonrió satisfecha y pasó las yemas de los dedos por cada aureola, como comprobando la firmeza.

—Perfectas… listas para trabajar.

Lucía se sentó en el taburete y se colocó de modo que quedara frente a Kira, a la altura de sus pechos. —Acércate.

Kira avanzó de rodillas hasta que su torso quedó a escasos centímetros del rostro de Lucía. Esta extendió las manos y tomó cada pecho con firmeza, hundiendo los dedos ...