1. Antonio el camionero y la puta del coño insaciable


    Fecha: 19/12/2025, Categorías: Sexo en Grupo Autor: AntonioSPA, Fuente: TodoRelatos

    ... se encogía de hombros y volvía a la fila.
    
    —Cojones, ¿cuánto va a durar el negro? —soltó otro motero.
    
    —¡Calma, cabrones! ¡Paciencia! Esto es como un buen vino, hay que saborearlo —replicó Antonio, sonriendo con descaro—. Además, el que entra ahora es “El Cochino”, y ese no perdona ni una. ¡La rubia va a salir con el coño nuevo!
    
    Los chistes y las bromas machistas volaron entre los hombres, una camaradería brutal forjada en la carretera y en la expectación de lo que estaba por venir. Antonio sabía que Olivia no sólo lo aguantaría, sino que lo disfrutaría hasta la última gota. Su ninfomanía era el motor de aquella noche, y él, Antonio, el camionero, le estaba dando justo lo que necesitaba: la depravación sin límites.
    
    Los gemidos de la mujer, ahora más agudos, más animales, se filtraban desde el interior del remolque, mezclándose con el traqueteo de los camiones lejanos y el murmullo expectante de la fila. “El Cochino", un hombretón corpulento con una camisa sudada que se le pegaba al pecho peludo, se relamía los labios.
    
    —¡Mi turno, Antonio! ¡A ver si es tan tragona como dices!
    
    Antonio soltó una carcajada seca y le hizo un gesto con la mano, indicándole que entrara.
    
    —¡Dale caña, Cochino! ¡Que la niña se nos aburre si no hay jaleo! —gritó Antonio, y luego se volvió a la cola—. ¡El siguiente que se prepare! ¡Y que traiga las ganas puestas, que esta tía es un pozo sin fondo!
    
    Dentro, la lámpara proyectaba sombras grotescas. Oumar, jadeante y sudoroso, había ...
    ... terminado su asalto. Su polla, aún erecta pero algo más relajada, se retiraba lentamente del coño palpitante de Olivia. La mujer estaba tumbada boca arriba, exhausta y sin fuerzas, con las piernas abiertas y el cuerpo vibrando por el orgasmo.
    
    Pero no había tiempo para el descanso. La puerta chirrió de nuevo y el Cochino irrumpió, su silueta masiva llenando la entrada como una apisonadora. Olivia, con el rostro cubierto de sudor y el cabello pegado a la frente, abrió los ojos y lo miró con una sonrisa torcida, una expresión de pura felicidad y abandono absoluto.
    
    —Joder… si este también me folla a lo misionero, no salgo viva —murmuró, entre jadeos, con una mezcla de susto y hambre en la voz—. ¡Menudo armario me trae el Antoñito… y con barriga de macho, de las que pesan!
    
    Y se recostó otra vez, como quien se entrega sin reservas a una tormenta que está deseando que la arrase.
    
    —¿Con que te gustamos grandes, eh, zorra? —gruñó el Cochino, con los ojos inyectados en sangre, mientras se bajaba los pantalones de un tirón brutal, como si el tejido le estorbase para respirar.
    
    El hedor que salió al quitarse los vaqueros fue inmediato, espeso, una bofetada mezcla de sudor seco, meado rancio y restos de batallas anteriores. Lo que apareció debajo fue casi una amenaza: unos calzoncillos blancos… al menos en su origen. Eran unos slips anchos, de esos de abuelete, con la goma cedida y el tejido lleno de cercos y manchas antiguas. El bulto que formaban en la entrepierna era tan ...
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