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Ari: Prisionero de Mi Piel XVII
Fecha: 06/11/2025, Categorías: Transexuales Tus Relatos Autor: EntreLineas, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
Novelas.eroticas.tr@gmail.com La casa nunca volvió a ser la misma. Jordan empezó a llegar a cualquier hora: de día, de noche, incluso a veces cuando Ari aún trabajaba frente al computador. La madre lo escuchaba entrar, caminar con paso seguro, subir directo a la habitación como si ya fuera suya. Jordan se movía con naturalidad. Abría la refrigeradora, pedía comida, se sentaba en el sofá con las piernas abiertas como dueño de todo. A veces hasta ponía la televisión a todo volumen, sin importarle si la madre descansaba o si Ari estaba en una reunión de trabajo. La mujer observaba todo en silencio, con el corazón encogido, sabiendo que cualquier protesta terminaría en burlas. Mamá (en un intento de mantener autoridad): —Jordan, estas es mi casa. No puedes entrar así. Jordan (riendo, con voz grave): —¿Su casa? Pregúntele a Ari a quién le pertenece ahora. Y Ari, sentado a un lado, bajaba la mirada, incapaz de responder. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla de vergüenza y excitación. Era consciente de cómo Jordan dominaba incluso a su madre, pero en el fondo esa fuerza lo hacía sentirse más atado a él. En las noches, la situación alcanzaba niveles insoportables para la madre. Desde el pasillo, escuchaba cómo Jordan se adueñaba de su hijo una y otra vez. Los gemidos de Ari, cada vez más intensos, rebotaban en las paredes, mezclados con sus súplicas temblorosas: Ari (entre llanto y placer): —No… basta… y al mismo tiempo… no me sueltes… La madre se tapaba los ...
... oídos, llorando, rogando a Dios que terminara esa pesadilla. Pero no podía entrar, no podía detenerlos: Ari ya lo había elegido. Jordan, en cambio, disfrutaba cada detalle. Después de cada encuentro, le hablaba al oído con su tono grave y dominante, Ari era su sirvienta. Y Ari cerraba los ojos, aceptando esa realidad. Durante el día, Ari se convencía de que todo era amor. Preparaba los almuerzos que a Jordan le gustaban, limpiaba la casa con esmero, hasta planchaba su ropa como si fuera la de un esposo legítimo. A veces se miraba en el espejo y se decía en voz baja: Ari (temblando): —Me ama… si no, no volvería cada día… La madre, por su parte, empezó a sentir miedo real. Ya no era solo por su hijo, sino por ella misma. Jordan se había apropiado de la casa, de la rutina, del silencio de todos. Una noche lo escuchó bajar a la cocina con pasos firmes, abrir cajones y servirse comida como si estuviera en su hogar. Ella estaba en el comedor, inmóvil, con el corazón latiendo a mil. Jordan la miró de reojo, con esa sonrisa altanera que la aterraba. Jordan: —Tranquila, señora… yo cuido bien de su “hija”. Mejor de lo que usted podría. La madre quiso gritarle, quiso echarlo, pero se quedó helada. Sabía que no tenía fuerzas para enfrentarlo, y lo peor: sabía que su propio hijo se pondría del lado de él. Esa fue su derrota más grande. Mientras tanto, Ari vivía dividido. Por un lado, se sentía protegido bajo el brazo fuerte de Jordan, como si nada pudiera dañarlo. Por otro, ...