-
MI ABUELA REMEDIOS LA DOMINATRIX Y YO SU ESTUPIDO ESCLAVO, PARTE 1
Fecha: 18/12/2025, Categorías: Dominación / BDSM Tus Relatos Autor: scatgummi, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
... el puro susto, lo primero que intenté fue gritar, convencido de que un ladrón había entrado en casa. Os aseguro que no se escuchó nada de mi boca. Unos guantes de goma introdujeron violentamente unas bragas sucias en mi boca, ahogando cualquier grito en mi garganta. Al instante, alguien me agarró las manos desde atrás y me obligó a juntarlas a la espalda, donde las esposó con un chasquido metálico. Las apretó con una ferocidad que me hizo clavar los metales en la piel, un dolor agudo y punzante en mis muñecas. En un solo movimiento, una mano enguantada había introducido violentamente sus bragas sucias en mi boca, ahogando cualquier grito en mi garganta. Era solo una medida provisional, un tapón rápido para silenciarme. El dolor agudo del metal de las esposas apretadas me recorrió los brazos, pero era solo el comienzo. Ahora que mis manos estaban inmovilizadas, era el momento de continuar amordazándome de una forma más estricta. La misma mano enguantada volvió a mi boca y, con una presión implacable, empujó las bragas hasta el fondo de mi garganta. Eran enormes, las bragas de mi abuela, llenaban por completo mi cavidad bucal. Un espasmo de náuseas recorrió mi cuerpo; mis arcadas eran inevitables, un reflejo desesperado por expulsar el objeto invasor, pero a ella no le importaba lo más mínimo mis arcadas. Mientras yo luchaba por no vomitar, agarró un rollo de cinta americana de color gris. Comenzó a rodear mis labios, mi rostro y luego toda mi cabeza, girando la cinta ...
... sobre sí misma una y otra vez. Se aseguró de que quedara bien tensa y apretada contra mi boca, hundiendo el plástico en mi piel. Aquellas bragas sabían fatal, sabían a heces, y con cada movimiento de mi lengua para intentar acomodarlas, el sabor repugnante se extendía por mi paladar, ahogándome más que la propia cinta. Cuando terminó, empezó a atarme los pies con una cuerda áspera que me rozaba los tobillos. Ató el otro extremo al somier de la cama. Intentaba escapar, retorcerme, pero su peso me lo impedía. Gritar era imposible con aquella prenda sucia y humedeciéndose en mi boca. Colocó un collar de perro en mi cuello, lo cerró con un chasquido y ajustó la correa a un barrote de la cabecera de la cama. El collar estaba tan apretado que no podía ni girar la cara. Para rematar, colocó un pequeño candado de hierro entre el cierre del collar y el barrote, de tal manera que resultaba imposible de soltarse. Ahora estaba completamente inmovilizado, indefenso, sin poder moverme un milímetro y sin poder emitir sonido alguno. Estaba a su merced. La abuela Remedios seguía sentada sobre mi espalda, dejando caer todo su peso como una losa. Ahora estaba tranquila, sabedora de que yo era un prisionero en mi propia cama, incapaz de moverme o gritar. Me debatí con todas mis fuerzas, con una desesperación que me hacía temblar, pero fue inútil. No pude hacer nada. Intenté gritar, y lo único que logré fue tragar una bocanada de ese sabor fétido a caca apestosa. Mi boca se había convertido en ...