1. MI ABUELA REMEDIOS LA DOMINATRIX Y YO SU ESTUPIDO ESCLAVO, PARTE 2


    Fecha: 18/12/2025, Categorías: Dominación / BDSM Tus Relatos Autor: scatgummi, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X

    ... levantó con una agilidad que contradecía su corpulencia y la acompañó hasta la puerta. Vi el pequeño beso en la mejilla, una despedida rutinaria y mi abuela cerró la puerta. 
    Su siguiente movimiento fue lento, deliberado, como el de un director de orquesta antes de iniciar una sinfonía macabra. Se acercó al pequeño perchero de la entrada, ese lugar tan anodino donde dejábamos cada uno nuestras llaves al llegar y las recogíamos al salir. Su mano se detuvo en mi llavero. Agarró el pequeño manojo con mis dos llaves, la de la cerradura inferior y la de la cerradura superior, y yo observé, con un nudo de horror creciendo en mi garganta, cómo las introducía en el mismo llavero que ya conocía demasiado bien. Era el llavero de metal frío, el que contenía las pequeñas llaves de latón de las esposas y la del candado de hierro que había usado para cerrar el collar de perro a mi cuello. No comprendía qué estaba haciendo, pero ella se encargó de explicármelo con una calma gélida.
    Con una vuelta de muñeca, giró la llave en la cerradura desde dentro. Escuché con nitidez las tres vueltas de llave, un sonido metálico y definitivo que resonó en el silencio de la casa. Luego, volvió a cerrar la otra cerradura. Aquella puerta era bastante gruesa, un portón de madera diseñada para proteger, pero ahora se sentía como  un enorme muro. Quedamos ambos encerrados, pero la notable diferencia era que ahora era ella quien portaba las llaves. "A partir de ahora", me dijo, su voz sin una pizca de ...
    ... emoción, "no vas a salir de casa sin mi permiso". Yo la miraba, fijándome en el bulto que las llaves formaban en el bolsillo de su bata, y entendí. Para salir de casa, necesitaba esas llaves para abrir la puerta, y ahora ya no me pertenecían. Eran un instrumento más de su control. Con un último gesto de posesión, se guardó el llavero en el profundo bolsillo de su bata, que quedó ligeramente abierta, dejando ver el tirante de su camisón. Ella tenía las llaves de mi libertad, y yo no tenía nada.
    
    La abuela se dirigió a la cocina y, con un gesto rutinario, agarró una bolsa de basura vacía. "Acompáñame", me ordenó, y su voz no admitía réplica. Fuimos a mi habitación, mi último bastión de intimidad. "Es hora de hacer limpieza en tu cuarto, que parece una cloaca", dijo con el ceño fruncido. Yo sabía que llevaba mucho tiempo queriendo entrar allí, y que mi negativa a permitirlo la había enfurecido en incontables ocasiones. Pero ahora era diferente. Ahora ella entraba donde quería, y vi en sus ojos un brillo de codicia, de deseo por registrar y violar mi espacio personal.
    Se enfundó sus guantes de goma malolientes, con aquel aspecto de goma marrón y grasienta que tanto me repelía, y comenzó a abrir mis cajones. Sin miramientos, tiraba a la bolsa todo lo que no le gustaba. Aparecieron mecheros, paquetes de cigarrillos apretados. Se dio la vuelta y, mostrándome el paquete como si fuera un trofeo de guerra, me dijo con una voz cortante: "Fumar se ha acabado". Rompió el paquete lleno y lo ...
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