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MI ABUELA REMEDIOS LA DOMINATRIX Y YO SU ESTUPIDO ESCLAVO, PARTE 2
Fecha: 18/12/2025, Categorías: Dominación / BDSM Tus Relatos Autor: scatgummi, Fuente: Relatos-Eroticos-Club-X
... adelante", me espetó. Así lo hice, y solo entonces ella soltó mis testículos. Apenas podía permanecer en pie del dolor punzante que sentía en el bajo vientre. Ella, indiferente a mi sufrimiento, continuó revisando cada centímetro de mi habitación y tirando cuanto no le gustaba. Ella decidía qué podía tener y qué no. Mi libertad se había acabado, y su funeral se celebró en la calle. Comprobé cómo la abuela Remedios dijo que teníamos que hacer la compra y algunos recados, y no entendía por qué me incluía a mí. Yo nunca iba con ella a ninguna parte; mi mundo y el suyo se habían movido en órbitas separadas hasta ahora. Me ordenó que me vistiera, y yo obedecí como un autómata. Ella apareció vestida con ropa de calle, unos botines robustos, su falda oscura y una blusa. Se colocó su abrigo y comenzó a enfundarse sus guantes marrones de piel, ajustados a sus manos con la misma lentitud amenazante con que se ponía los de goma. Abrió la puerta con su manojo de llaves y, sin rechistar, salí tras de ella como un perro al que sacan de paseo. Para mi sorpresa y mi humillación, me agarró de la mano. Su mano enguantada me aprisionó la mía con una fuerza que no dejaba lugar a dudas. Sentí una vergüenza ardiente que me subió por el cuello. Yo no era un niño, podía verme cualquiera de la mano de su abuela, se reirían de mí, pero era justo eso lo que ella deseaba: que me vieran como su propiedad. "Bien sujeto de mi mano", dijo, y su tono era una orden. En algún momento, intenté soltarme ...
... disimuladamente, tirando de mis dedos con la sutileza de quien no quiere ser descubierto, pero ella apretó su garra con más fuerza, clavándome los nudillos. "¿Quieres que te baje los pantalones y te azote delante de todo el mundo aquí mismo?", me susurró con una voz que era pura promesa de dolor. Tragué saliva, sintiendo su amenaza como un nudo en mi garganta. No sabía si sería capaz o no, pero no iba a averiguarlo. Dejé de intentar soltarme de la presión de su guante y caminé avergonzado, con la mirada baja, sintiendo las burlas invisibles de la gente. Se paró en un puesto de frutas y hortalizas. Tras saludar a la dependienta con una efusividad que me resultó grotesca, y gastándose bromas como si fuera una abuela encantadora, solicitó algunas verduras. Y lo peor de todo fue cuando pidió una coliflor. Sí, una de aquellas verduras de forma redondeada y color blanco, aquello que yo tanto odiaba. Me daba completo asco; hacía años que no probaba aquella comida, ni siquiera mi madre la compraba, sabiendo que el simple olor al cocerla me producía repulsión. Protesté con algo de miedo, con un hilo de voz. "Señora Remedios, que yo odio la coliflor, ¿es que no se acuerda?". Ella se giró hacia mí, y su sonrisa amable se desvaneció. "Me acuerdo perfectamente", me dijo, su voz ahora gélida y audible para la vendedora. "Tu madre permitió que no la comieras, pero eso se ha acabado. Voy a preparar una cazuela grande de coliflor con su caldo, y tú, obedientemente, te la comerás". Y como si ...