La historia de Ana (Capítulo 1)
Fecha: 15/04/2019,
Categorías:
Incesto
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... historia comienza así...
1
Cuando empecé a trabajar en el edificio, Ana no era más que una vecina del montón. Su belleza estaba escondida en sus ropas sueltas y su actitud esquiva. Su pelo suelto, que le cubría parte de la cara, ocultaba su belleza a los ojos pocos observadores como los míos.
Yo había empezado a trabajar como vigilador, vigilante, guarda de seguridad, o como sea que le llamen en sus países a quienes nos mantenemos despiertos durante la noche, haciendo guardia en el hall del edificio, fingiendo ser algo parecido a un policía, cuando en realidad nos asemejamos más a un portero haragán.
Esas noches eran bastante monótonas. No había mucho para hacer, me la pasaba leyendo, usando mi celular, o caminando de aquí para allá a lo largo de los pocos metros que tenía disponible.
El edificio estaba lleno de gente mayor, por lo que no había mucho movimiento después de las diez de la noche. Sólo los fines de semana, los pocos adolescentes de ese lugar salían por las noches. Una de mis actividades preferidas era mirarle el culo a las pendejas que salían con la ropa ajustadísima, y maquilladas como putas. Pero más allá de eso, no hacía otra cosa que volcarme a la literatura, cosa que, de hecho, me salvó del aburrimiento.
La primera vez que crucé palabras con Ana habrá sido una noche fría de Julio. Yo la vi llegar, a través de la puerta de vidrio, cargando dos bolsas grandes, las cuales, considerando su pequeña estatura, parecían realmente enormes. Me ...
... acerqué a la puerta a abrirle, sin ninguna segunda intención, lo hice por ella como lo solía hacer por cualquiera que necesitase una cortesía de mi parte. Entonces me ofrecí a cargar las bolsas hasta el ascensor. Otra cortesía insignificante. Ella se había negado al principio, pero yo tomé las bolsas sin reparar en su negativa (más adelante tomaría otras cosas sin reparar en su negativa) y llevé las dos bolsas mientras ella caminaba a mi lado.
—Son pesadas. —le dije, una vez que las apoyé en el piso y presioné el botón para llamar al ascensor.— no te puedo acompañar hasta arriba, ¿Vas a poder sola hasta tu departamento? —le pregunté.
Entonces ella hizo un gesto que todavía ahora recuerdo como aquel gesto que clavó la primera flecha envenenada en mi corazón: Se corrió el pelo detrás de la oreja, dejándome vislumbrar la belleza peculiar de ese rostro delicado, a la vez que me regaló una media sonrisa, pícara y sensual.
—Claro que puedo, si la venía trayendo desde la lavandería.
—Ah, es tu ropa. —dije, todavía un poco embobado por el impacto de ese descubrimiento inesperado.
—Sí, es mi ropa. —dijo, abriendo la puerta del ascensor que ya había llegado— gracias. Me parece bien que no quieras subir, no está bueno que dejes el puesto cada vez que una vecina viene con bolsos.
—Sí, claro. Chau —la saludé.
—¿Cómo te llamás?
—Gabriel.
—Yo, Ana.
—un gusto.
Y antes de cerrarle la puerta del ascensor la miré de pies a cabeza, percatándome de que detrás de esas ...