La historia de Ana (Capítulo 3)
Fecha: 04/09/2017,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... el infeliz de Federico. “Vamos a venir a culearte seguido”.
Cuando uno estaba a punto de acabar, se quitaba el forro, y mientras el otro se acomodaba para penetrarme, se ponía encima de mi cara y me largaba toda la leche. Nunca me habían acabado tantas veces en la cara. ¿Cuántas? No sé Gaby. Siete u ocho veces. Las sábanas quedaron hechas un enchastre.
Me dejaron muy cansada. Creo que me desmayé. Cuando desperté ya no estaban. ¿Qué? No, Gaby, no fue la última vez que estuve con ellos, si no borraron las fotos los hijos de putas. Pero ya te dije que ya me los voy a sacar de encima, vos no te metas. Sí, metémela en el culo. Ya me lo dejaste bien dilatado…”
No podía saber cuánto de lo que me había dicho era cierto. Ella sabía que, al contarme esas historias, lograba excitarme como nunca. Pero aun así supuse que la mayor parte era real. Aunque no la consideraba una mujer fácilmente manipulable. Era difícil creer que se dejaba chantajear por tres pibitos. Parecía una ficción, al menos esa parte ¿o no?
Me di cuenta que tenía una erección. Además, ensimismado en mis recuerdos me había olvidado en dónde estaba. Ana estaba abrazada con Andrés, a los besos, mientras el subte daba una curva pronunciada por el túnel oscuro. ¿Cómo una mujer, en apariencia tan cariñosa y devota de su novio era capaz de vivir las experiencias que decía haber experimentado? Pero lo cierto era que yo mismo formaba parte de esas experiencias. ¿Cuántas mujeres se acuestan con el vigilador del ...
... edificio cuando su novio no está? Además, ¡cómo se burlaba de él cada vez que yo la poseía! Y ni hablar de lo que hacía ahora, mostrándose cariñosa, y fiel, como si en el mundo no existiera nadie más que ella y su novio, abrazados, casi fusionados, mientras su amante los observaba a apenas unos centímetros. Todo resultaba tan inverosímil, que no me quedó otra que asumir que todas las otras historias que me contó, por más inverosímiles que parecían, también eran reales.
El subterráneo llegó a la estación Diagonal Norte, y subieron un montón de pasajeros. Era increíble el caudal de gente que había para ser domingo. Probablemente había muchas actividades para hacer en el centro. Sentí mi cuerpo empujado a un rincón, al tiempo que Ana y Andrés, inseparables, eran arrastrados por la marea humana en la misma dirección donde yo estaba. Apenas podíamos movernos. Ellos, como si nada, seguían charlando en susurros, besándose cariñosos. Me molestó tanta cursilería, y más me molestó el hecho de que Ana me ignorase durante todo el viaje. Había quedado justo a su espalda. Lo veía a Andrés tan ciego, que me indignaba. ¿Cómo no se daba cuenta de con quién estaba? ¿Y por qué no la dejaba libre, así yo no tenía que esperar a que estuvieran peleados para disfrutar de su sexo? Haciendo un poco de fuerza, liberé una de mis manos, que estaba aprisionada contra la puerta, debido a la presión de tantos cuerpos en un lugar tan reducido. Primero acaricié la tela aterciopelada del vestido negro de Ana. ...