1. Riberas del Donetz


    Fecha: 06/01/2020, Categorías: Incesto Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... odio en ese corazón!... Era para estremecerse…
    
    Stella Antonovna alcanzó el bosque donde últimamente fuera visto “El”. Cuando rondaba ya la espesura se dejó caer al suelo y siguió avanzando como un reptil, reptando sobre su vientre. Entonces la sorprendieron unos disparos hacia su izquierda y pensó
    
    ·¡Oh no! ¡No Dios, no permitas que esté “El” allí! Te he dicho que, si en verdad existes, me lo demuestres poniendo en mis manos a ese “Diablo”. Permite que sea yo quien le mate y creeré en Ti. Y te rezaré como mis padres y mi tío Iván y la tía Sofía te rezaban…
    
    Stella permaneció inmóvil un tiempo, escrutando las tinieblas y analizando los ruidos de la noche, pero nada extraño advirtieron sus sentidos: Todo estaba en calma, todo normal… Se acercó rodando sobre sí misma a un próximo grupo de árboles blanquecinos, álamos, donde también crecía, alta, la hierba. Se acomodó entre aquella alfombra verde y esperó, esperó, esperó. A partir de entonces todo fue esperar; esperar con la infinita paciencia del cazador. Se decía: “Si ellas, mis camaradas, no lo atrapan antes, “El” se deslizará hasta aquí, vendrá a mí”…
    
    Como en el cuento “Pulgarcito” dejaba tras de sí piedrecitas para así encontrar luego el camino de vuelta, así Peter Hesslich dejaba a su paso una estela de muerte y sangre, de cadáveres soviéticos, pero no para encontrar ningún camino de vuelta a su orilla del Donetz sino para atraer tras él a aquella odiosa mujer, “La Hija del Diablo”, la “Draculea”. Quería ...
    ... enfurecerla, encelarla lo suficiente para hacer que ella siguiera el trágico rastro dejado tras de sí y así, al final, poderse sentar a esperar que ella misma se pusiera ante su mira telescópica.
    
    En su deambular constante a la caza de nuevas víctimas cual lobo hambriento y solitario tal y como el teniente Ugarov le retratara, también Hesslich dejó atrás “piezas” que, por finales, prefirió que siguieran viviendo. Porque para esas alturas Peter Hesslich se había convertido en una especie de ser omnipotente, casi un Dios, dador de la Vida y de la Muerte: “Este podrá seguir viviendo pero este otro morirá irremisiblemente” parecía dictaminar continuamente. Y así dispuso que viviera un soldado ruso que, sentado en un gran tocón, con una navaja intentaba tallar un buen mazacote de madera dándole la forma de una aldeana granja rusa; eso evocó en Hesslich su propia casa, la granja alemana en que naciera, y en ese soldado vio la añoranza del hogar lejano, de la familia, padres, hermanos… Y decidió que siguiera viviendo. Como también decidió que perviviera una pareja, un teniente soviético y una rolliza campesina del lugar que, tumbados en la hierba a modo de mullido colchón, se solazaban con los goces de la carne, él bufando cual búfalo y ella atronando el aire de aquel entorno forestal con los más agudos alaridos de puro placer sexual. Hesslich observó la escena por un momento y pensó que, fuera como fuese y a pesar de cuanto pudiera pasar, lo cierto es que la vida siempre sigue; sea como ...
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