Mi hermano Marcos
Fecha: 04/08/2020,
Categorías:
Incesto
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Pertenezco a una familia de clase media, pero con dos desgracias que marcaron el sendero de mi existencia. La primera fue la muerte de nuestro padre cuando mi hermano apenas había nacido, y la segunda, el accidente de tráfico que dejó a mi hermano, con tan solo 10 años, con una parálisis cerebral. Mi madre, desde antes de casarse, trabajaba de recepcionista telefónica en un centro hospitalario, aunque al casarse pidió licencia. A la muerte de mi padre tuvo que solicitar de nuevo su incorporación al trabajo para poder seguir manteniendo la casa, pues yo solamente tenía quince años.
Me casé a los 25 y me fui a vivir a La Coruña, pues mi marido era un pescador al que conocí en un viaje que hizo a Cádiz. Mi matrimonio fue totalmente normal, al menos así lo creo, salvo por la ausencia de hijos tras cinco años de matrimonio, pues mi esposo no pudo volver del mar para celebrar nuestro quinto aniversario. Una tormenta lo arrojó al agua y el día de Reyes apareció su cuerpo en unas rocas en la playa de La Lanzada.
Llegué a Cádiz junto a mi familia a los dos años de enviudar. Tan solo los había visitado en tres ocasiones desde que me casé, y ésta era la primera vez desde que murió mi esposo, pues después de su muerte continué mi vida en la aldea donde vivíamos, en donde teníamos una casa agradable y un trabajo en la tienda y panadería familiar. Vine para hacerme cargo de mi hermano por unos cuantos días, pues tenían que operar a mi mamá de un pequeño problema en la boca y al menos ...
... debería estar internada veinticuatro horas.
Marcos aún no había cumplido los 17, y aunque no estaba afectado por ninguna parálisis que le impidiera los movimientos, estos apenas podía coordinarlos, especialmente la parte izquierda, por lo que necesitaba de una ayuda muy importante para todas sus actividades; desde bañarlo, vestirlo y levantarlo de la silla de ruedas, hasta darle de comer, pues cada vez que lo intentaba solo, se acababa echando la comida encima. Llegué a casa en la mañana de un domingo del mes de julio. A pesar de lo poco que nos habíamos visto en los últimos siete años, la acogida fue maravillosa. Lloramos mi madre y yo al repasar las desgracias de nuestra vida mientras mi hermano, al otro lado de la mesa, retorcía su cuerpo y gesticulaba de forma incomprensible para mí.
Planteamos el problema presente ocasionado por la obligada ausencia de mi mamá ante su próximo ingreso en el hospital al día siguiente. Ella me puso al corriente de todas mis obligaciones. Las de la casa eran las mismas que venía haciendo desde que me casé, por lo tanto, rutinarias. Pero las otras, las referentes a como debería de atender a mi hermano, sí me encogieron el ánimo, aunque estuve muy lejos de aparentarlo. Simulé tomarme esa tarea como una más, igual que si mi hermano fuera un muñeco en todos los sentidos, más algo dentro de mí me decía que nada de eso era cierto.
Ya había vivido junto a él 10 años y sabía que su mente era normal. Pensaba igual o mejor que nosotras, pero ...