1. Ana 8, el sobrino obsesionado


    Fecha: 11/05/2021, Categorías: Confesiones Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    ... dije.
    
    “decime donde vivís, y yo les pongo los puntos a esos pendejos”
    
    “No, no te metas. Vos no te metas, ya voy a salir de esto yo sola”
    
    “Si cambiás de opinión decímelo por favor” le dije, enviando, a continuación, un emoticón con la carita triste.
    
    Ya sabía lo que tenía que hacer. Iría hasta la dirección que había conseguido, rogando que sea ahí donde vivía mi tía. Me desharía de esos tres pendejos, e iría a visitar, finalmente, a mi tía Ana. Me gustaría pensar que me estaba comportando como un caballero, pero sólo había un motivo para enfrentarme a una situación tan peligrosa.
    
    Llegó el día tan esperado. A pesar de que en los últimos meces nos habíamos hecho íntimos, desde la fiesta de fin de año, cuando la conocí, no volvimos a vernos. Estaba ansioso, y asustado. Lo que me proponía era incluso riesgoso para mi integridad física, pero no había marcha atrás.
    
    Llegué al supuesto barrio de tía Ana. Pensaba llegar a la una, es decir, una hora antes, pero el colectivo tardó mucho, por lo que llegué a la una y media. Me quedé en la esquina del edificio en cuestión, en un café que estaba en el lugar ideal, desde donde podía ver claramente lo que sucedía afuera. Estuve con el corazón en la boca por quince minutos, hasta que vi, acercarse, por la vereda de enfrente, a dos chicos un poco menores que yo. Uno de ellos cargaba un violín. Se trataba de un rubio alto, y un gordo bastante corpulento. Sabía que los chantajeadores eran tres en total, pero Ana me había dicho ...
    ... que uno de ellos a veces no iba. Y estos tipos iban directo al edificio donde supuestamente vivía Ana, así que no podía ser una coincidencia.
    
    Sería peligroso enfrentarlos en una pelea. Incluso uno sólo de ellos podría darme una paliza. Pero yo tenía una sorpresa en mi cinturón. Dejé la plata del café sobre la mesa, y me fui rápido a interceptarlos.
    
    Apenas a veinte metros de su destino, me puse enfrente de ellos. Mi cara habrá estado desencajada, o habré hecho algún gesto de loco, porque el rubio ya me miró con extrañeza.
    
    - ¿Qué querés flaco? – me dijo el gordo.
    
    - A Ana no la van a joder nunca más. – les dije, en un susurro, con los dientes apretados.
    
    - ¿Y vos quien sos, gil? – Me dijo el gordo, y se acercó a pegarme. Entonces yo, con las manos temblorosas, me levanté el pulóver, y mostré mi cinturón, de donde salía el mango de una pistola.
    
    - Rajen, no los quiero ver nunca más por acá. – les dije, amenazante. Se me vino el alma al cuerpo cuando el gordo, aun así, se abalanzó hacía mí, pero en el momento exacto, el rubio lo detuvo, agarrándole el brazo.
    
    - ¡Vamos, tiene un arma! – le dijo. Y el otro, recién cayendo en la cuenta, empalideció.
    
    - Rajen. – repetí, envalentonado. Y vi triunfal, cómo esos dos corrían como rata por tirante.
    
    Miré a todas partes. Nadie parecía haber notado algo extraño. La primera parte de mi plan había salido redonda.
    
    Traté de tranquilizarme. Respiré hondo, logré disminuir considerablemente el temblor de mi cuerpo, y caminé ...
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