1. Riberas del Donetz 2


    Fecha: 10/11/2017, Categorías: Incesto Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... había sido acertada, pues era un observatorio en verdad privilegiado. Peter Hesslich cargó su arma, la sopesó unos instantes y con gélida parsimonia empezó a apuntar, centrando con todo cuidado un rostro femenino en el retículo de la mira telescópica del arma para al momento disparar. Y así sucesivamente: Disparo, cerrojo atrás expulsando la vaina, cerrojo adelante empujando otro cartucho a la recámara, apuntar detenidamente y disparar de nuevo. Y a cada disparo, una joven fusilera convertida en tétrica muñeca de trapo que caía desmadejada al suelo con un fino taladro en mitad de la frente. Y casi sin enterarse nadie de lo que sucedía, pues ni por soñación a nadie se le podía ocurrir que un maldito fascista asesino hubiera cruzado el Rusumaia e instalado entre ellas mismas.
    
    Los tres carros alemanes, los dos “Tigre” y el “Pantera”, avanzaron otra vez hacia la orilla del río para afinar la puntería sobre las líneas soviéticas, tratando de dar fuego de cobertura a los infantes que, dentro del río, todavía trataban de ponerse a salvo de las fusileras. En esa acción el monumental “Ferdinand” colaboraba con su mortal martilleo por lo infalible que solía ser. En el río todavía estaban casi la mitad de los efectivos de la compañía de Bauer entre muertos, heridos y los todavía ilesos. La superficie se poblaba cada vez más de cadáveres que el fondo del río devolvía a medida que los cuerpos iban quedando por entero inertes al apagarse el último estertor, el último ramalazo muscular ...
    ... espontáneo. Con ello los cadáveres presentaban la trágica postura de la muerte, inertes boca abajo y con los brazos casi abiertos en cruz… El alférez von Stattemberg había logrado alcanzar la orilla salvadora así como el teniente Bauer, aunque si éste lo había hecho por entero indemne no así el alférez, que presentaba un no profundo raspón a un lado de la frente juntito a la sien. No cabía duda de que Stattemberg había vuelto a nacer en esa mañana. Por contra, el brigada Straus yacía boca abajo en la superficie líquida del río. Desde su posición el teniente Bauer paseaba su mirada ora por la orilla, a su alrededor, ora por la superficie del agua y a sus ojos les faltaba poco para quedar arrasados en lágrimas ante la magnitud de aquella tragedia. Golpeaba el suelo con sus puños una y otra vez: “Malditas hembras satánicas; malditos engendros de Satanás”… Y el odio más feroz hacia las fusileras se adueñaba de su corazón. Verdaderas ansias asesinas enseñoreaban sus más íntimos sentimientos. Lamentaba profundamente que aquella noche el mando le arrebatara los dos Panzer III lanzallamas, pues si todavía dispusiera de ellos aquella carroña del Averno ya se habría enterado “de lo que vale un peine”, pues para entonces todo su campo ya estaría arrasado por las llamas y ellas carbonizadas. Bauer no era un hombre especialmente violento, mucho menos cruel, pero ver a su querida compañía, a sus hombres, tal vez los seres que por entonces más apreciaba, inertes en el río, sistemáticamente ...
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