1. Riberas del Donetz 2


    Fecha: 10/11/2017, Categorías: Incesto Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... por qué el “Diablo” fascista quería ayudarla, curarla en vez de matarla… Ella, en lugar del “Diablo”, le habría matado sin vacilar… Este “fascista” era muy raro y, sin saber por qué, esa actitud suya le producía miedo, mucho miedo… Si la apuntara con el arma o si amenazara con degollarla no le daría miedo, no temblaría por dentro, pero esa para ella inconcebible piedad la asustaba más que la cierta presunción de la muerte.
    
    Hesslich tenía preparada una venda sobre la mochila y en la mano una gasa empapada en esterilizante agua oxigenada con la que procedía a limpiar la magulladura bajo la clavícula a escasa distancia del seno. Stella miró nuevamente al “Diablo”. Previamente a empezar a limpiar la herida, Hesslich había tenido que abrir la camisa de la mujer para descubrir la zona herida y cuando Stella sintió junto a su piel la mano del hombre abriéndole delicadamente la camisa, ella había empezado a temblar por dentro sintiendo cómo sus músculos, espontáneamente, se tensaban; pero ahora, mientras Piotr le limpiaba la herida, se encontraba bien, a gusto. Aquellos ojos, aquellos labios la volvían a envolver en sensaciones de paz y alivio, casi de felicidad podría decirse. Ya no pensaba en morir, ya no lo deseaba. Es más, confiaba en Piotr y supo que desde entonces podría siempre confiar en él pues era consciente de que un algo muy especial había surgido entre ellos, entre Piotr y ella… Algo que no alcanzaba a explicarse, algo que, realmente, no quería explicarse pues tenía ...
    ... miedo a esa explicación. Al fin sonrió ante lo que acababa de constatar: Que el “Diablo del Gorro Gris” había dejado de serlo para ella, trocándose en un simple Piotr, la forma rusa del nombre alemán Peter o el español Pedro
    
    Entonces Peter Hesslich volvió a hablar
    
    Stella sonrió plácidamente y con toda naturalidad se despojó del sujetador dejando ambos senos al descubierto, al alcance del alemán. De inmediato, si Hesslich antes, cuando comentaba sus dificultades por la falta de espacio para su intervención, estaba algo nervioso o, más bien, verdaderamente violento por lo que tenía que decir, ahora estaba desatinado, incapaz de mirar abiertamente aquellas promesas de la más dulce Ambrosía. Con infinita torpeza fue acabando de limpiar la herida. En un momento su mano, sin querer, rozó no ya el seno sino su mismísimo botoncito, el rosadamente oscuro pezón y notó perfectamente cómo el cuerpo de la mujer se estremecía al contacto… Balbuciendo, atragantándose, trató de excusarse
    
    Tras acabar la limpieza de ambas heridas, una en cada hombro y casi en cada seno, en su nacimiento exactamente, Peter Hesslich se irguió poniéndose en pie y se quedó mirando a la mujer que a sus pies yacía tendida en la hierba. Sacó unas cuantas gasas y empezó a cortar tiras de esparadrapo. Quería ganar tiempo… Tiempo para pensar en el problema que tenía ante sí: “¿Qué hago contigo, joven Estrella de la Muerte? Sólo tengo tres opciones, dejarte libre, matarte o entregarte en la IVª Compañía. Esta ...
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