1. Riberas del Donetz 2


    Fecha: 10/11/2017, Categorías: Incesto Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos

    ... quería decirlas, ni siquiera pensó expresarlas, pero brotaron de sus labios como un torbellino, un torbellino autónomo, un torbellino que nada ni nadie controlaba, que surgió de sus labios porque sí, porque libremente quiso salir y punto. Aquello era una locura; sí, una locura, pero la locura se impuso. Peter Hesslich tomó entre sus manos el rostro de Stella, se inclinó y sus labios rozaron los ojos de la mujer. Hesslich en ese momento temió o, mejor dicho, estuvo seguro de que ella le respondería con un puñetazo como el que antes le propinara. Pero para su asombro ella no le golpeó; luego Hesslich acercó sus labios a la boca de Stella depositando allí un ligero ósculo, un beso preñado de ternura, de cariño pero con muy poco erotismo; casi que un beso u ósculo de hermano, fraternal… Y tampoco entonces, al sentirse acariciada tan suavemente, Stella intentó pegarle, ni tan siquiera morderle, mordedura que Peter Hesslich le había ofrecido en bandeja.
    
    Stella seguía allí, ante él, hierática cual estatua pétrea de modo que en ella lo único que destacaba, la única reacción que los besos de Hesslich provocara, eran esos ojos fijos en él y ahora abiertos como platos. Hesslich entonces repitió una vez más su declaración amorosa, “Te quiero Stella”, para a continuación volver a inclinarse sobre ella tal y como estaba, de rodillas ante y entre las abiertas piernas de ella, ante la desnudez femenina, para besarla de nuevo en sus labios, en la boca, pero entonces no como antes, ...
    ... pues aunque la ternura y suavidad anterior las mantuvo, a tal ternura y suavidad se unió o, mejor, la aderezó con la pasión propia del ser enamorado que él era…
    
    Pero entonces sí que explotó Stella. Desde que Peter Hesslich empezara a atender a Stella Antonovna, en la joven se venía produciendo un proceso de sensaciones, de sentimientos, hasta ese momento por entero ignorados para ella. Cuando las manos de aquel alemán, el que fuera desde siempre para ella el “Diablo del Gorro Gris”, su cuerpo respondió afablemente al contacto, casi lo agradeció, pero cuando él acabó de despojarla de los pantalones primero, las bragas después; cuando sintió las manos del hombre cerca, muy cerca de su pubis al limpiarle y curarle las heridas de cadera y muslo notó perfectamente cómo una corriente eléctrica cálida, agradable le recorría todo el cuerpo. El corazón le empezó a latir con inusitada fuerza y en cada latido llegaba a su ser aquel calor que de agradable paulatinamente se iba trocando en inmensamente placentero. Ese placentero calor le alcanzaba las palmas de los pies, las pantorrillas, la cara interna de los muslos, pechos, hombros, sienes y hasta bajo el cuero cabelludo. Pero nada de eso tenía comparación con lo que la hacía sentir en el regazo, en el bajo vientre, en su pubis en suma, pues allí caldeaba y caldeaba… Y volvía a caldear comunicando a su corazón unas infinitas ansias de amar a aquel hombre. ¿Qué le había pasado? ¿Qué me ha pasado? se preguntaba. Y la respuesta surgió ...
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