El precio de la infidelidad
Fecha: 13/01/2018,
Categorías:
Gays
Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos
... corazón. ¿Me estaría engañando?
Necesitaba una ducha fría. Estaba desnudo, en medio del salón, con una erección imponente y un dolor de cabeza que me oprimía la sien. Pero el agua templada no consiguió bajar mi excitación. Ciertas imágenes volvían recurrentes a mi retina. No podía quitarme a Estrella de la mente. De modo que cedí sin ofrecer resistencia y me masturbé con la sensación de estar realizando un acto de justicia. En cinco minutos toda la tensión se escurrió por el desagüe. Abrí el agua caliente, y dejé que mi cuerpo terminase de relajarse. El malestar desapareció mientras desayunaba.
Pasaban diez minutos de las ocho cuando pisé la calle. Me subí en mi viejo coche y fui en busca de Leo. Comenzó entonces la parte más dura y aburrida del trabajo de detective: las largas esperas, las horas vacías. Para la mayoría de la gente son momentos, como mínimo, insufribles: se agobian, se dispersan, suspiran y maldicen. Sin embargo yo puedo soportar la quietud y el silencio sin ver alteradas mis capacidades. La simple expectativa de poder sorprender a mi presa me mantiene alerta y concentrado. Soy paciente (y bastante terco; lo confieso).
Fueron días intensos, en los que me dediqué, en cuerpo y alma, a vigilar los movimientos de Leo. La tarea, aunque agotadora, resultó más fácil de lo esperado. Porque se trataba de seguir a un hombre confiado, de férreas rutinas, que parecía ignorar, o despreciar, todo lo que se movía a su alrededor. Me extrañó que ni siguiera se ...
... girase para mirar a las bellezas que se cruzaban en su camino. Por lo demás, se pasaba el día encerrado en su bufete; a veces acudía al juzgado o la comisaría, pero regresaba enseguida. Comía y tomaba sus cafés en el mismo restaurante, y siempre a las mismas horas.
La chica de la foto la descubrí a los tres días. Leo cometió la torpeza de desviarse de su ruta para ir a esperarla a la salida del campus universitario. Los seguí en mi viejo coche hasta un lujoso motel de las afueras, que ofrecía las máximas garantías de discreción a sus clientes. Pero tenía un punto débil: el salario de sus empleados. Con unos cuantos billetes soborné al joven y aburrido recepcionista para que me indicara la habitación de la pareja que acababa de entrar. En mi mochila llevaba todo mi equipo de filmación y escucha. Lo demás fue pura rutina.
Volví a sorprenderlos otras dos veces más, siempre en moteles. Follaban hasta quedar exhaustos, se amaban como dos jovenzuelos recién salidos de la pubertad y con ganas de probarlo todo. La chica, que se llamaba Paula, era como un pozo sin fondo. No había manera de llenarla; siempre quería más y las aventuras le sabían a poco. Leo procuraba verla a diario, aunque sólo fuera para tomar un café en algún bar discreto. Estaba tan pendiente de ella, de tomar sus manos, o de acariciar sus muslos, que no reparaba en nadie más. Ella sólo tenía ojos para él, pero no le lanzaba miradas de enamorada, sino de mujer hambrienta.
Pasaron once días desde mi encuentro con ...