1. El precio de la infidelidad


    Fecha: 13/01/2018, Categorías: Gays Autor: Safo_Nita, Fuente: CuentoRelatos

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    –¿Leo? ¿Enamorado? –soltó una risa histérica–. Eso es imposible. Leo no sabe lo que es eso. Nunca ha estado enamorado. Ni siquiera en los años locos de su adolescencia experimentó una cosa semejante. Para él, el amor sólo era… es un juego, una fuente de placer.
    
    –Pues ahora es diferente –intenté mantener un tono distante y profesional–. Sé lo que digo. No es una mera especulación. Pero no tiene por qué creerme. Usted mismo lo podrá comprobar.
    
    Entonces puse en marcha el tercer vídeo, el más largo, que había grabado en un lujoso motel. Era el único que se podía escuchar con nitidez todo lo que decían. La vista estaba tomada desde debajo de la puerta. Se veía la cama de lado, con su colcha rosa. Ellos estaban de pie, dándose besos apasionados mientras se desnudaban. Paula sólo era unos cinco centímetros más baja. Su cuerpo, de perfil, apenas era un esbozo, una silueta armoniosa, con dos senos redondos, austeros; los pezones de largas puntas. Ofrecía un vivo contraste con la piel de Leo, bronceada y apelmazada, sin un solo pelo, salvo en reductos naturales.
    
    –Si quiere podemos saltar las escenas de sexo.
    
    –¡No! No lo pares –Estrella alzó la voz–. Necesito saber qué le hace ella que no pueda hacerle yo, qué busca en ella.
    
    –La grabación es suya. Usted paga, usted manda.
    
    Me recliné en el sofá. En cambio estrella se inclinó hacia adelante, como si quisiera meterse en la pantalla. Aparentemente estaba en calma. La indignación, si la había, permanecía oculta. ...
    ... Admiré su espalda, fuerte y recta; la larga cremallera del vestido descendía hasta la zona lumbar. Me fijé en sus caderas, prodigiosas, rebosantes. Condenadas, al parecer, al más triste abandono. Desperdiciadas en su plenitud. ¡Qué injusticia!
    
    Leo y Paula retozaban como adolescentes ansiosos. Se podía ver al que estaba encima, pero no al que se hundía en el colchón. No obstante, era fácil imaginar lo que hacían: completar las secuencias y anticipar los gestos. Los jadeos se escuchaban con nitidez. Leo estaba bastante bien dotado. Su falo era más grande de lo normal (envidiable, pensaba). Y lo usaba con destreza, marcando los tiempos y los ritmos. Paula se revolvía como una culebra. Enseguida buscaba nuevas posturas y ofrecía sus orificios sin el menor pudor. Para mi gusto, exageraba su actuación, se apresuraba sin motivo, y se dispersaba sin poder controlar sus ansias.
    
    Estrella no perdía detalle de lo que sucedía. Aquello debía de ser una auténtica tortura para ella. No podía evitar sentir lástima y hasta cierta compasión por ella. Quizá eso fue lo que me llevó a extender mi brazo y posar mi mano en su hombro. Le dije que lo sentía mucho, que lo dejara, que no debía maltratarse de ese modo. Ella giró la cabeza y me devolvió una mirada dura. Retiré mi mano, pero no llegué a disculparme.
    
    –Será miserable –me dijo al borde de la crispación–. ¡Le da igual! No usa preservativo. Y luego, cuando llega a casa, se acuesta conmigo…
    
    –Tranquilícese. Estrella, podemos saltar esta ...
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