1. Historias de minimercado


    Fecha: 29/01/2018, Categorías: Sexo con Maduras Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos

    ... aire:
    
    –Acá tenés el salchichón, putita. ¿Te gusta?
    
    La hermosa madura abrió unos ojos enormes y exclamó:
    
    –¡Qué pedazo de pija, hijo de puta! –luego giró su cabeza y me miró– avisá si viene alguien, mi amor– me dijo con dulzura antes de tirarse de cabeza y tragarse ese suculento pedazo de carne pulsante.
    
    El maldito lo estaba haciendo otra vez… Después de llenarle la boca, la recostó boca arriba sobre la mesa, desplazó hacia un costado todo obstáculo de tela y le rellenó la concha con el tremendo salchichón que la naturaleza le había colgado entre las piernas. Comenzó a serruchar a ritmo bestial; la milf emitía gemidos de intensidad y volumen creciente.
    
    Yo quedé varado en el ancho corredor a medio camino entre la cocina y la sala, testigo de cómo el pijudo cajero reventaba aquella ardiente concha madura de labios gruesos. De un lado, el ruidoso plaf plaf y el extasiado llanto de la bomba rubia; del otro, la estruendosa algarabía de los hinchas y el emocionante relato del tipo de la televisión que, afortunadamente para todos, no dejaban que la familia se enterara de lo que estaba ocurriendo a tan sólo unos metros con la putona esposa y madre.
    
    La suerte quiso que las principales emociones llegaran al mismo tiempo; de pronto, dos grandes estruendos resonaron en mi cabeza: de un lado, la explosión de la bomba; el imponente orgasmo de la rubia fue revelado por sus gritos desgarradores y una gigante convulsión en donde todo su cuerpo se estremeció de manera ...
    ... fulminante; del otro, el ensordecedor festejo del primer gol del San Ignacio.
    
    Pronto llegó el segundo gol, y el tercero. Si estaba sumamente excitado observando la cogida que el Misil le metía a la bomba, más lo estaba con la goleada que le permitía a nuestra amada institución alcanzar los cielos de la gloria. Así que lentamente me fui arrimando a la sala. Una vez allí, pude ver las espaldas de los hombres que saltaban del sofá ante cada peligrosa incursión de nuestros delanteros en el área rival y pude ver la gran pantalla en el fondo y en ella el cuarto gol de nuestro equipo. Salté al mismo tiempo que los demás. La euforia general y mi oportuna posición de retaguardia me hicieron invisible.
    
    El partido terminó. Los hombres en la sala se abrazaban. Emocionadas lágrimas recorrían sus rostros… y el mío. Me dieron ganas de fundirme en el abrazo con aquellos desconocidos, pero reaccioné a tiempo y volví raudo a la cocina a advertir a los cachondos amantes sobre el peligro que corrían.
    
    Allí la acción continuaba a ritmo infernal. La bomba estaba de rodillas sobre una silla, con los con los antebrazos apoyados sobre la mesada. Detrás de ella, el Misil le reventaba el orto a pijazos. El choque de humanidades ocurría de manera desesperada. Mientras la serruchaba, el cajero le palmeaba las nalgas, la sujetaba fuerte del pelo, se le prendía de las tetas con sus afiladas garras, le pasaba la lengua por la oreja. Recuerdo cuando ella giró su cabeza para acercar su rostro al de él y sus ...