Noche de pasión en Lisboa (IV): Las tres gracias
Fecha: 08/02/2018,
Categorías:
Gays
Autor: alfredo1257, Fuente: CuentoRelatos
Cuando terminan de reírse a mi costa, Amália me comenta:
—Alfredo, querido, Ana María y yo vamos a ir esta mañana al hospital, en Nazaré, a visitar a mi primo, que como te comenté, está convaleciente de la apendicetomía. Si quieres puedes acompañarnos, o puedes quedarte aquí, en la quinta, pero en ese caso te aviso que estarás sólo hasta la hora de la comida, ya que mi cuñado ha salido esta mañana hacia Lisboa para atender sus negocios y probablemente ya no venga hasta el fin de semana.
Ana María toma entonces la palabra
—Bueno, no ha ido solamente a eso. También va a visitar a los padres de Héctor para informarles de cómo ha sido el incidente y evitar que cursen una denuncia por agresión. De cualquier manera, no estarás completamente sólo, en la casa están Paulinha y Marta, la cocinera. Si necesitas algo, no dudes en pedírselo a cualquiera de ellas. Como si estuvieses en tu casa.
—Y a ver cómo te portas, que no me den quejas —Dice Amália, cómo advirtiendo a un niño pequeño, aunque al final no puede evitar una sonrisa.
En ese momento aprovecho yo para decir:
—Ana María, me gustaría que me hicieses un servicio. De alguna manera, quisiera hacerle llegar a ese sinvergüenza un mensaje: Si le da publicidad a lo ocurrido y llega a oídos de los novios, y yo me entero, quiero que sepa que volveré a por él y entonces no tendré ningún reparo en vapulearlo a conciencia. También te agradecería que hicieses llegar a sus padres mis disculpas por el altercado. Aunque no ...
... hayan sabido educarlo convenientemente, no me gustaría que se sintiesen responsables de lo ocurrido.
—Quédate tranquilo, les haré llegar tu recado —Dice ella.
Se marchan, dejándome solo en la terraza. Enciendo un cigarrillo y veo que en el asiento de una de las sillas hay un periódico del día. Comienzo a ojearlo mientras fumo y oigo unos tacones a la carrera dirigiéndose hacia donde me encuentro. Levanto la vista y es Amália que llega corriendo con una sonrisa radiante en la cara. Cuando está delante de mí, me interpela:
—Alfredo, ese juguete que está aparcado fuera, ¿es tu coche?
—Bfffff, es verdad. Perdóname. Con todo lo que ocurrió ayer, se me fue el santo al cielo. Sí, es mi coche. ¿Recuerdas que te dije que te iba a dar una sorpresa?, pues esa era. Quería proponerte salir a hacer kilómetros tranquilamente durante la semana y parar dónde nos encontrásemos. ¿Qué me dices?
—Ahora no tenemos tiempo para hablar, mejor lo estudiamos después de comer.
Se acerca a mí, me agarra por el mentón con dos dedos, haciendo que mire hacia arriba y me estampa un beso en los labios. Cuando termina, con una sonrisa traviesa, de niña que pide un capricho me dice:
—¿Me dejas las llaves para ir al hospital con mi hermana?
—Están en la habitación, sobre la mesilla de noche. Ten cuidado, que tiene el volante a la derecha.
—Lo tendré, no temas. —Me vuelve a besar y se marcha corriendo en busca de las llaves, como una adolescente ilusionada.
Cuando me quedo nuevamente ...