1. Noche de pasión en Lisboa (IV): Las tres gracias


    Fecha: 08/02/2018, Categorías: Gays Autor: alfredo1257, Fuente: CuentoRelatos

    ... usted a comer, en su honor voy a preparar una “paela” —Noooo, ya se yo lo que va a resultar del experimento, porque no es la primera vez que me lo hacen, así que trato de reconducir las cosas.
    
    —Escuche, le agradezco el detalle, pero paella (le remarco la pronunciación correcta) estoy cansado de comerla en España. Yo preferiría algún plato portugués, que eso sí que no me lo saben preparar allá. ¿Podría echar un ojo al frigorífico a ver qué es lo que tiene disponible?
    
    Un poco contrariada me abre la puerta de la nevera para que vea de qué dispone, y al primer golpe de vista veo que hay almejas y una cinta de lomo de cerdo, así que ya sé que voy a pedirle.
    
    —¿Me cumpliría usted el capricho de preparar “carne de porco a alentejana”, con arroz blanco y patatas cocidas?
    
    Ante mi solicitud veo que me mira ya de otra forma. Soy un español que conoce la comida portuguesa y sabe lo que pide, por lo que con un “repaso visual” me da el visto bueno y me confirma que será el plato que prepare.
    
    Bueno, un asunto arreglado. Hoy comeré como un príncipe. Si no se me ocurre ir a la cocina, a saber que me hubiese tenido que tragar. Y no es porque en Portugal no sepan preparar el arroz, que realmente lo preparan delicioso, pero las versiones de “paela” que he comido, francamente, mejor olvidarlas.
    
    Aún falta más de una hora para la comida, así que me dirijo a mi habitación, a fin de ordenar mi ropa y rehacer la maleta. Cuando entro veo el dormitorio ordenado, con la cama hecha, ...
    ... y la maleta, que debería estar sobre la butaca que utilicé ayer para el afeitado, no está a la vista. Abro el armario y me encuentro toda mi ropa colocada y la maleta dentro. Amália ha dado orden de que deshagan mi equipaje y cuelguen en el armario mi vestuario. A simple vista veo que faltan la camisa y los calzoncillos que llevé ayer. Con toda seguridad los han llevado para lavarlos. Mi amiga ha supuesto que pasaríamos aquí la semana, pero yo estoy dispuesto a irme cuanto antes, por el bien de todos.
    
    Estoy pensando en esto, cuando oigo que se abre la puerta del dormitorio y se vuelve a cerrar sin ruido. Veo hacia allí y me encuentro a Paulinha, con tres botones de la blusa desabrochados y la falda más arriba de lo que le corresponde, que me pregunta con algo de nerviosismo si necesito alguna cosa, “lo que desee” me remarca. Otra vez el síndrome del “tipo duro”, pienso. Pero como ya dije, yo tengo mis normas.
    
    Aunque para otros la presa sería fácil de cobrar, para mí, a estas alturas de mi vida, cualquier mujer que sea más joven de cuarenta y cinco años, es una jovencita. Con los aproximadamente veinte que cuenta esta niña, ni siquiera me despierta deseo de cualquier tipo. Haciendo acopio de todo el tacto que me es posible para no asustarla ni que se sienta ofendida, la interpelo:
    
    —Paula (no utilizo el diminutivo a propósito), exactamente ¿qué es lo que buscas? Y puedes hablar con franqueza.
    
    —Me da algo de vergüenza decírselo, por favor no le diga nada a “Dona ...
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