1. La historia de Claudia (18)


    Fecha: 24/05/2018, Categorías: Incesto Autor: señoreduardo, Fuente: CuentoRelatos

    ... otra la clase de apetito que sentía. Fue hasta la cocina y vio que sus perras habían terminado de comer y conversaban en voz baja sentadas a la mesa. Al verla entrar ambas, en un acto reflejo, se arrodillaron velozmente.
    
    Inés las contempló con un aire de triunfo y les dijo envolviéndolas en una mirada ardiente:
    
    —Bueno, esclavas, ahora se dan un baño juntas y ni se les ocurra tocarse porque si llego a sorprenderlas en algo así se van a arrepentir, ¿está claro?... y además, de eso me voy a ocupar yo esta noche.
    
    Un instante después Claudia y Laura disfrutaban de la ducha caliente, enjabonándose una a la otra lentamente, respirando con agitación y sin decir una palabra hasta que la cachorra rompió el silencio:
    
    —Estoy... estoy muy caliente, Claudia... –dijo sofocada.
    
    —Yo también... pero calmémonos porque ahora vamos a estar con el Ama... ya la oíste... –contestó Claudia sin dejar de pasarle la esponja enjabonada por ambas tetitas, que mostraban los rosados pezones bien erectos y endurecidos.
    
    La cachorra alzó el rostro con el deseo de que Claudia la besara, pero ésta se mantuvo impasible a pesar de las ganas que sentía de unir sus labios con los de Laura, llenos y bien dibujados, temblorosos de deseo en ese instante, porque sabía muy bien que esa libertad le estaba prohibida.
    
    Ambas salieron por fin de la bañera con sus conchas soltando flujos, se secaron y volvieron al living, pero Inés ya no estaba allí. Se miraron dudando qué hacer y en ese momento se oyó ...
    ... la voz del Ama:
    
    —¡Vengan acá, al dormitorio, perras!
    
    Cuando entraron, sus bocas se abrieron en una expresión de sorpresa. El Ama estaba de pie, totalmente desnuda y empuñando un artefacto desconocido para ellas. Se trataba de una especie de taladro, pero que en lugar de la mecha usada habitualmente para agujerear paredes y objetos tenía un cilindro de metal de dos centímetros de diámetro por cincuenta de largo en cuyo extremo había adosado un pene artificial de dimensiones considerables. Por debajo del taladro, en la parte de la empuñadura, surgía un cable largo en cuya otra punta había un enchufe que iba conectado a un tomacorriente.
    
    Era uno de los numerosos elementos que Inés había comprado para equipar el departamento donde iba a prostituir a sus esclavas. Al ver las caras que habían puesto ante esa máquina de coger, lanzó una carcajada y fue hacia ellas. Alzo el taladro y dijo:
    
    —Lindo juguete, ¿verdad, mis putas?... Ahora trepen a la cama. –ordenó. Ambas obedecieron sin dejar de mirar la máquina como hipnotizadas, y después debieron arrodillarse una junto a la otra, con la cara apoyada en el cobertor.
    
    —Separen las piernas y ábranse bien las nalgas. –Les ordenó el Ama.
    
    Sus esclavas le obedecían automáticamente, como si se tratase de robots, y este nivel de sumisión hacía que estuviera todavía más excitada. Se acomodó a espaldas de ambas perras e inspeccionó manualmente sus conchas, que tal como había imaginado ya chorreaban flujos.
    
    Retiró sus dedos del ...
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