1. Todos se cogen a mi mujer


    Fecha: 15/10/2021, Categorías: Infidelidad Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos

    ... dijo Andrés.
    
    - De eso no tengas dudas. – dije, y luego colgué.
    
    Leandro me tumbó en la cama.
    
    - Sos un idiota, te dije que no me hagas gemir. – le recriminé, al tiempo que palpaba su hermoso tronco, que ya estaba completamente erecto.
    
    - No te preocupes, no fue nada. Ni cuenta se dio el cornudo de tu esposo. – se puso el preservativo y me penetró. – ¿Sos mi puta? – me preguntó.
    
    - Hoy lo soy.
    
    - Entonces decilo.
    
    - Soy tu puta. – grité, mientras me metía la verga en su totalidad.
    
    - repetilo.
    
    - ¡Soy tu puta, soy tu puta, soy tu puta! – dije una y otra vez, mientras me penetraba, hasta que me hizo acabar.
    
    Después pudo aguantar un polvo más. Nos duchamos juntos. Me cambié de ropa, y puse las prendas de zumba en la cartera.
    
    - Le voy a decir que me bañé en el gimnasio. No suelo hacerlo, pero no quiero que sienta tu olor en mi cuerpo.
    
    Me dio un beso apasionado.
    
    - Me encantó lo que hicimos. ¿Vas a escribir sobre esto?
    
    - Obvio.
    
    - ¿tu marido nunca sospecha nada?
    
    - Supongo que en el fondo ya lo sabe. ¿Me acercás unas cuadras?
    
    - Claro. – dijo Leandro.
    
    Nos despedimos a cinco cuadras de casa. Cuando llegué, había olor a carne al horno, pero no tenía apetito.
    
    - ¿Cómo la pasaste? – me preguntó Andrés, cuando entré al cuarto.
    
    - Re divertido. – dije. – Qué raro que estés despierto.
    
    - Sí, a veces me pasa. – me agarró del brazo y me atrajo hacia él.
    
    - No gordi, hoy no tengo ganas. – Me desvestí, y me acosté desnuda a su lado. Me quedé ...
    ... pensado en Leandro, y decidí que volvería a verlo.
    
    Fin.
    
    4
    
    La indignación ya no cabía en mi cuerpo. No había dudas, aquella historia la había escrito mi esposa. A pesar de que se tomó la libertad de no decir su nombre, y no dar muchas descripciones físicas, todo lo demás concordaba. El tal Leandro no era otro que β€œL”, unos de los que le había enviado un mensaje esa misma noche. ¿Hasta qué punto se puede llegar a desconocer a las personas cercanas? En mi caso, evidentemente, hasta niveles insospechados.
    
    Cada cosa que mi mujer narraba en ese relato era más perversa y dolorosa que la anterior. El desprecio hacia mi persona era mucho más grande de lo que hubiese imaginado. Incluso sabiendo que me era infiel, no sospeché que tuviera tan mal concepto de mí. ¡Qué bizarra es esta manera en que me vengo a enterar de que le desagradaba mi mirada insegura, le molestaba la supuesta dejadez de mi cuerpo y me consideraba un hombre sin pantalones! ¿Cómo pude estar tan ciego?
    
    Sin embargo, en medio de esta situación surreal sucedió algo aun más escandaloso, si se puede. El imaginar a mi mujer arrodillada, con su pequeño cuerpo blanco, con su cabecita subiendo y bajando cada vez que se llevaba la verga del maldito β€œL” a la boca; el observarla imaginariamente, a medida que avanzaba en la lectura, viendo cómo aquel hombre corpulento devoraba todo su tierno cuerpo; el saber que antes de que durmiera a mi lado, su amante manoseó cada rincón de su cuerpo y le hizo saborear su semen; ...