Tren de medianoche
Fecha: 23/05/2022,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... colorada, me demostró que el deseo la había poseído. Y desde luego, a mí también.
Y continuaron más besos, pero ya menos tímidos. Las lenguas húmedas exploraban sin freno, se palpaban con fuerza. Las manos ya no eran tan inocentes: las mías recorrían su cintura, viajando poco a poco hasta ese firme trasero y apretaban con todo. Sus manos me arañaban el cuello, el hombro, todo lo que quedara a su alcance. Y mi maldita boca seguía degustando el fruto prohibido.
Atajándola por la baja espalda, la fui atrayendo más y más contra mi carne enhiesta con las manos temblorosas. Ella me vio el miedo y con una media sonrisa tomó el tronco venoso y reposó la punta entre los pliegues de su húmeda almeja.
-Métemela –susurró restregándose contra mí.
-No sé, deberíamos parar con esto –mentí. Perdóname, Cristo, porque creo que rompí demasiados mandamientos en tiempo récord y dudo que la más mínima sensación de culpa haya llegado a colarse en mí.
-¡No, no, no! ¡No me mates así! Por favor, padre, ¡métemela que me estoy muriendo de calor! –rogó empezando a estimularse con una mano.
Se restregó más fuerte contra mí, su humedad rebasaba sus límites y su sexo rogaba carne. Se agarró de nuevo de mis hombros y me rogó para que la penetrara “de una puta vez”: la tigresa se había convertido en gatita mansa en búsqueda de comida.
—Me voy al infierno, Rosa —la tomé fuerte de la cintura.
—Hazme espacio, padre, que me voy contigo…
Y se enterró entre los pliegues mojados, se ...
... firmaron los papeles de mi condena en aquella cálida estrechez. Cuando llegué hasta el fondo, abrió la boca y chilló. Demasiado fuerte, demasiado caliente. Retiré un poco esperando que se recuperara, contemplando su enrojecido rostro invadido por la calentura. Por la comisura de sus labios se escapaba un ligero hilo de saliva, y en el preciso instante en que pretendía hablarme –seguramente para reprenderme porque fui muy brusco—, volví a clavársela hasta el fondo.
—¡¡¡Eres un imbécil!!! –gritó sin pudor, con mucha dificultad para armar la frase.
Fue ella quien, tras morderme el cuello de manera violenta a modo de venganza, empezó a subir el ritmo de la cabalgata. Vibraba, todo vibraba. Sus senos contra mi rostro, ella sobre mí, su boca que ya no podía decir frases con sentido, sus manos en mis hombros. Todo temblaba, aumentando de ritmo. Y por fin se corrió mientras yo se la enterraba hasta el fondo por tercera ocasión.
Me mandó a la mierda, o al menos eso es lo que creo por el tono que empleó al balbucearme. Se mantuvo así, sentada, sintiendo cómo me retiraba de ella, cómo la punta del glande aún jugaba a salir y entrar.
Reposando su cabeza en mi pecho, dedicó una mano para cascármela lentamente entre jadeos.
—Eres un cabrón… –susurró mientras las últimas gotas de mi leche se escurrían entre sus dedos y mis manos acariciaban su cabello. Allí, aprendí a consolar y curar heridas de otra manera que no fuera orando.
Tras limpiarnos y vestirnos, salimos y comprobamos ...