Tres relatos feministas
Fecha: 23/05/2022,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... Bahía, y ella, en silencio, sólo esperaba que todo termine.
Luego sucedió lo impensable. El hombre elegante que estaba frente a ella, le puso la mano encima del muslo, y fue subiendo lentamente.
Por un momento Bahía creyó que estaba soñando. Debía tratarse de una pesadilla, se decía. Se imaginó que todos los de ese vagón eran cómplices, y que pronto sería violada por cada uno de ellos.
Sin embargo la realidad no era tan violenta, aunque quizá sí, más triste. Porque mientras era manoseada por los dos hombres, el resto de pasajeros no se enteraba, ni se quería enterar de nada de lo que sucedía. Bahía tenía la pollera cada vez más levantada, debido a los masajes que el hombre de traje le propinaba a sus muslos. Uno de los botones se había desabrochado, y ahora la mano se deslizaba lentamente hacía su sexo. El hombre de atrás, por su parte, también se había atrevido a meterse por debajo de la pollera, y ahora estrujaba las nalgas de bahía con fruición.
Cuando el subte se acercaba a la estación Diagonal norte, las manos se alejaron de su cuerpo. Bahía observó, mientras se acomodaba la pollera, la sonrisa perversa del hombre de traje. Quiso devolverle la mirada ...
... mordaz que la caracterizaba, pero no pudo sostenerle la mirada. Al llegar a la estación, la mayoría de los pasajeros bajaron, incluido Bahía y el hombre de traje. El tipo que estaba a sus espaldas, sin embargo, siguió su ruta. Pero ella no se animó a mirarlo. No quería saber cómo era. No quería tener pesadillas con su siniestro rostro. Le bastaba con el recuerdo de ese falo erguido frotándose con ella, y de esas manos patriarcales y malignas, hurgando en sus partes íntimas, con total impunidad.
El hombre de traje, por suerte, se perdió de su vista. Bahía se quedó unos minutos en el andén hasta que quedó sola. Recordó el estribillo de una canción feminista “Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”. Se suponía que al repetirse esta letra debería recordar que no estaba sola, que había otras como ella, y que sufrieron cosas similares. “y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”, se repetía en su cabeza, pero ese himno no daba resultado. Bahía se sentía sola, indefensa, usada como un objeto, y totalmente impotente. “Y la culpa no era mía…”
Se sentó sobre el banco de metal, se tapó la cara con vergüenza, y se largó a llorar como una niña.