Irina, la rusa
Fecha: 28/07/2022,
Categorías:
Hetero
Autor: MirassoMauricio, Fuente: CuentoRelatos
... piernas implorantes de una buena compañía. Tus pies exigiendo expulsar el frío de piel nívea”.
Otras veces, cuando no aguantaba más el celibato laico inducido, se iba a picotear o a buscar algunas migas para comer por ahí afuera, metafóricamente hablando. A veces tenía suerte y a veces no. Le parecía mucho mejor hacer eso que divorciarse y dejar a Irina para siempre. El amerindio la amaba, aún con su condición, éste la amaba y disfrutaba ser su esposo, al igual que disfrutaba ser yerno de su suegro, el viejo barbudo colorado Sergei, un cocinero que trabajaba en un restaurante de gastronomía rusa. Un hombre inteligente y muy hablador a pesar de que apenas terminó la escuela primaria y su español era imperfecto como una vela inclinada. Opositor político al estalinismo, y satanizado por el régimen, no le quedó otra opción que tomarse el palo e irse de la Unión Soviética con su entonces esposa, recientemente embarazada de Irina, y su hermano Leonid, que para colmo además de ser un opositor político como él, era homosexual. No tenían alternativa más que agarrar las duras y viejas maletas, e irse a hacia donde fuere con tal de no terminar en un gulag haciendo trabajos forzados o morir asesinados.
Mamani también era de hablar por los codos, pero fue su suegro y su primera esposa quienes lo hicieron así. Antes ...
... cuando era un chaval viviendo en las calles del conurbano bonaerense, hablaba poco y solía expresar lo que pensaba solamente por escrito. Si decía una palabra era lo elemental, procuraba no hablar de más. Y fue Irina, quien leía en un mes la misma cantidad de libros que su marido leía en un año, la que lo empujó y rempujó para que escribiera con más seriedad y creatividad. Ella no escribía, el que escribía era él, pero le daba las ideas, y buscaba y rebuscaba todos los posibles contactos para que pudiera publicar sus creaciones. Ella ponía la máquina de escribir en las más óptimas condiciones, sin que llegara a faltarle nunca la tinta, así como tampoco una sola hoja. Ella ponía parte de su sueldo de bibliotecaria en el pago de las ediciones, que por muchos años fue un sueldo superior al que recibía el amerindio en su trabajo como periodista, hasta que éste se cansó y se dedicó a la enseñanza superior. Ella, fue su más duradero norte, como bien dijo éste una vez, en una de sus más recientes dedicatorias.
La misma mujer que no le dejó firmar, en ninguna de sus creaciones, bajo un pseudónimo. Por algo que sonara más anglosajón o menos “raro”. “Tu nombre no tiene nada de vergonzoso”, le decía y le repetía Irina a Mamani las veces que creía necesario, en sus comienzos.
“Ser indígena no tiene nada de vergonzoso”.