Amigo
Fecha: 19/10/2022,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... cara de pícaro y me preguntaba sobre el sexo con Stephen yo nunca respondía directamente con datos. No sé exactamente cuál era la razón de que fuera así, quizá tenía miedo de cómo pudiera reaccionar. Le podría haber dicho la verdad: con nadie he estado más a gusto y a nadie he querido tanto como quería a mi marido. Sexualmente Pedro es más activo que yo y tiene más fantasías, aunque a veces sus fantasías, típicas de hombres, no son las que más me apetecen. Su pene es de tamaño normal y lo sabe utilizar. Le gusta darme placer, dándome besos por todo el cuerpo, entreteniéndose en mi entrepierna. Le encanta que hagamos un 69 y hacerme correr con la lengua mientras yo hundo su polla en mi boca. Sabe que a mi no me mola tener su semen en mi boca y a pesar de que alguna vez fantasea en voz alta con correrse en ella nunca lo hace y cuando está a punto me avisa y yo me saco su pene de la boca y le masturbo sobre mis tetas. A mi cuando más me gusta es cuando le tengo dentro. Pedro tiene mucho aguante y es capaz de estar media hora penetrándome, variando la velocidad y la posición, a la vez que me masajea los pechos y me pellizca los pezones o el clítoris. Me gusta especialmente cuando me masturba el clítoris con su glande, cuando ve que me acerco al orgasmo me penetra a la vez que continúa masturbándome con los dedos. Cuando los dos explotamos, a menudo al mismo tiempo, yo siento que estoy en el cielo.
A pesar de ello, a pesar de que para mi Pedro no tiene porque envidiar a nadie ...
... nada cuando se trata de hacerme gemir de placer, nunca me he sincerado con él respecto a las noches de sexo que Stephen y yo teníamos. Y es que Stephen, a su manera, es único, y eso es algo que a los hombre no les gusta oír cuando te refieres a otro. Stephen te abraza como te podría abrazar un oso. No hace gimnasia ni intenta muscularse, pero es de constitución fuerte, de hombros cuadrados y pecho poderoso. Entre sus pectorales te sientes a salvo.
Durante aquellas dos semanas de invierno, Stephen y yo hicimos el amor cada día, a menudo más de una vez. Me desnudaba con cariño y me metía en la cama, después se desnudaba él y sin darme apenas tiempo a asombrarme por el trozo de carne que colgaba entre sus piernas se acostaba a mi lado. Entonces comenzaba a darme besos en la boca, en los ojos, por toda la cara, y bajando por el cuello recorría mi clavícula con sus labios entreteniéndose en las hendiduras alrededor del cuello. Después me besaba los pechos y los pezones, sin morderme, con extrema delicadeza. Tanto cariño tenía inevitablemente el efecto de erizar todo el vello de mi cuerpo y humedecer mi entrepierna. Cuando me hacía girarme para ponerme sobre él mirándole a la cara, que era su postura favorita, yo ponía mis rodillas a ambos lados de su cintura y mi vagina se abría de par en par. Entonces notaba la punta de su miembro en la entrada de mi cueva y un escalofrío recorría inevitablemente mi cuerpo. ¿He hablado ya de su pene? Era grande. Largo y ancho. Pero nunca me ...