Soledades compartidas
Fecha: 13/12/2022,
Categorías:
Infidelidad
Autor: SexNonVerba, Fuente: CuentoRelatos
... prendas estampadas con flores muy bonitas, pero nada de animé, corazones o motivos juveniles. También había un par de tangas de hilo muy pequeños y sendos sujetadores de encaje semi transparentes y bastante sexys. Pero no era, ni por asomo, el estilo principal del ajuar. Mi amiga Chechu les hubiese llamado "conjuntos para la ocasión" o "ropa de batalla".
Yo no solía usar sujetador. No porque no tuviera nada qué sujetar, sino porque mi madre me decía que aún no lo necesitaba. "La gravedad comienza a hacer efecto después de los veinte" me dijo una vez. Además, con Chchu, teníamos la teoría que los chicos se daban cuenta cuando no lo llevabas y eso les excitaba. De manera que mi atención se centró exclusivamente en las bragas y los tangas.
Me desnudé por completo y comencé a probarme algunas prendas. Me puse unas bragas blancas de hilo de algodón y lycra, súper ajustadas. Me paré frente al espejo y comencé a apreciarla desde distintos ángulos. De atrás calzaban súper, pero de adelante marcaban mucho los labios de mi chochi. Pensé que podrían resultar incómodas después de un tiempo de llevarlas puestas. También pensé cómo se pondría Esteban al verme así, sólo con estas bragas.
Pensar en Esteban podría traerme problemas con la prenda blanca. Me la quité y me puse uno de los tangas, uno azul marino bastante pequeño. ¡Guau! Era mucho más sexy de lo que aparentaba. Me senté al borde de la cama, frente al espejo, y abrí un poco las piernas. El triángulo de lienzo azul cubría ...
... mi escaso vello púbico, se angostaba sobre mis labios y luego se perdía de vista entre mis muslos, hacia abajo y hacia adentro. Era extraño verse en ese espejo gigante. Me daba la sensación de estar mirándome en una pantalla de cine. ¡Me divirtió la idea! Me puse de rodillas sobre el colchón y miré hacia atrás para poder observar mi espalda desnuda y mi culo a través del espejo. Luego apoyé mis manos en el acolchado quedando en cuatro patas. Abriendo un poco las piernas podía ver como la fina tela del tanga se deslizaba en mi intimidad y apenas cubría la rugosidad de mi ano. Era extraño y excitante tener esa perspectiva de uno mismo. Dejé las caderas erguidas y apoyé mi rostro sobre el lecho mullido. El espejo me devolvía una perspectiva absolutamente obscena de mi propia anatomía. Sentí un cosquilleo extraño y cerré los ojos por un momento. La misma imagen de mi cuerpo ofreciéndose impúdicamente permanecía allí, en mi mente, pero no eran mis ojos los que la percibían. Eran los de Esteban. Yo podía ver a través de ellos. Él se acercaba por detrás y me acariciaba los muslos con sus manos tiernas. Tenía su pepino empinado. Podía verlo desde arriba, como si fuese mi propio pene. Estaba muy grueso y sudoroso. Luego posaba sus dos manos por la curvada pendiente que formaba mi espalda y me aferraba con determinación por la cintura. Podía ver con mis propios ojos como el algodón azul marino del tanga comenzaba a absorber la tibia humedad que brotaba de mi interior.
¡Mierda! Abrí ...