1. Mientras mi esposo hacía deporte


    Fecha: 07/12/2023, Categorías: Infidelidad Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... eyacular. Sé que se está conteniendo, y por mí puede aguantar todo lo que le apetezca. Pienso gozar de él hasta el último segundo.
    
    Observo como su rostro se crispa a medida que incremento mi cabeceo y, en un momento dado, lo desafío sacando la lengua y colocándola bajo su glande. Quiero que sepa que estoy más que dispuesta a recibir su semen en mi boca.
    
    Cuando por fin pierde el control, toma mi melena de un puñado y emprende el consabido y autoritario vaivén. Afortunadamente, no se excede. Si intuye que me haría vomitar, no se equivoca.
    
    Estoy de rodillas chupándole la polla, así que no es preciso que me la haga tragar para hacerme saber quién manda. Él decide cuando trago, cuando respiro, si me la deja chupar o si vuelve a follarme la boca.
    
    Entonces percibo el distintivo sabor de esas primeras gotitas que preceden al chaparrón. Sin embargo, él sigue yendo y viniendo en mi boca, así que intuyo que es de los que eyaculan dentro. Cinco segundos más tarde, no lo intuyo, lo sé. Sujeta firmemente mi cabeza y su semen inunda mi paladar.
    
    Su miembro no deja de convulsionar y pronto su semen me arde en toda la boca. No voy a ser capaz de acoger su corrida y entonces, cuando sé que tendré que escupir, me doy cuenta de que aún llevo el jersey.
    
    Cuando saca su miembro, lo poco que no me tragado se adhiere al interior de mi boca. Le veo sonreír con suficiencia y deseo insultarle, pero no soy tan hipócrita. No puedo reprocharle nada, no después de llevar casi una hora ...
    ... gozando de su masculinidad, esa que aún se yergue frente a mí.
    
    Miro el reloj en cuanto recobro la decencia, pero confirmo mi primera impresión.
    
    “Aún queda tiempo”, me digo. “Podríamos seguir”.
    
    Sé perfectamente que me he perdido casi toda la carrera de mi marido, pero me gustaría al menos estar en la meta cuando llegue.
    
    Quería venir sola, pero no me ha hecho caso. Tampoco he insistido, algo me dice que cuando se vaya no volveré a verle. Ha prometido, eso sí, acompañarme hasta el lugar por donde atravesó la avenida. Odio usar el navegador, así que al final le doy las gracias por ser tan amable.
    
    Me siento genial, y no lo entiendo, porque yo sé que lo que acabamos de hacer no es normal. Sin embargo cuando el semáforo se pone en verde y me da la mano para cruzar y aprieto con fuerza sus dedos.
    
    Desde el último lugar donde vi a mi marido quedarían algo más de dos kilómetros para meta. Vuelvo a mirar el reloj y calculo el tiempo que tendré antes de separarme definitivamente de él.
    
    Con la misma amabilidad que tuvo cuando lo abordé con la excusa de buscar una cafetería, toma la mochila de mi marido y la cuelga de su hombro. Lo observo con el rabillo del ojo. Me gusta la imagen, y me río. Me río de lo inmadura que me siento.
    
    Por contra, él sí parece haber olvidado lo que acabamos de hacer. Ahora se comporta de modo distante a medida que nos internamos en el gentío. Con su ayuda he encontrado el recorrido de la maratón rápidamente, pero sé que ahora yo también debería ...
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