El calvario de Luciana (12)
Fecha: 20/10/2018,
Categorías:
Gays
Autor: señoreduardo, Fuente: CuentoRelatos
... aire antes de caer sobre la carne estremecida. Al comienzo de la paliza Graciela gemía a cada azote, pero pronto, a medida que el dolor iba creciendo más y más ya fueron gritos lo que brotaban de su boca, gritos y súplicas inútiles. Elba disfrutaba intensamente mientras le pegaba sin dejar de mirar ese culo que lucía ya surcado de marcas rojas en casi toda su superficie. El Ama de llaves supo, como experta que era, que si seguía azotándola en la nalgas iba a provocar heridas y entonces resolvió cambiar de zona y tomar los muslos como objetivos mientras Graciela mezclaba jadeos, gritos y llanto que la sádica mujerona escuchaba como quien se deleita con una maravillosa música. Y ahí estaban, a su disposición, los hermosos muslos de su víctima, largos, blancos y admirablemente torneados, y comenzó a azotarlos desde las rodillas hasta las caderas mientras Graciela redoblaba sus expresiones de dolor y cada tanto un ruego desesperado que no sólo no conmovía al Ama de llaves sino que parecía excitarla aún más. Pronto los muslos cobraron el mismo aspecto que las nalgas, enrojecidos y cubiertos de marcas y entonces Elba dio por concluida la zurra, pero no el castigo.
Libró a Graciela del caballete y se regodeó con esa cara bañada en lágrimas, esos párpados inflamados y los ojos irritados de tanto llorar. Incapaz de sostenerse sobre sus piernas, la esclava cayó al piso mientras Elba tomaba dos pezoneras y volvía hacia su víctima, a la que puso de espaldas, y se aplicó a colocarle ...
... las pinzas en los pezones, que previamente puso erectos mediante un hábil acariciamiento con sus dedos. Graciela se removió en el piso entre gemidos al sentir el dolor punzante. El ama de llaves tomó un par de esposas y una mordaza de bola y ordenó:
-¡En cuatro patas y a la celda otra vez, puta! ¡Vamos! ¡Obedezca o vuelve al caballete!
Ante semejante amenaza Graciela hizo lo que se le había ordenado y torturada por el intenso dolor en las nalgas, los muslos y los pezones, sin dejar de sollozar y gemir, se desplazó hacia su celda seguida por Elba, que sonreía perversamente al contemplar las huellas de su obra en las nalgas y los muslos de la esclava.
Ya en la celda, la hizo arrodillar y le esposó las manos en la espalda para después sellarle la boca con la mordaza, cuyas dos tiras de cuero anudó en la nuca de la víctima. Finalmente le dio otra bofetada y le dijo con tono severo:
-Métase de una buena vez por todas en ese cerebro de animal que tiene que le va a convenir portarse bien, yegua. Que lo que usted quiera o deje de querer no tiene la menor importancia. Que lo que usted sufre es nuestro placer. No se imagina lo que gocé azotándola, lo que me excitan sus nalgas y sus muslos con las huellas de la vara, no se imagina lo que me calienta verla con las mejillas enrojecidas por mis bofetadas, perra callejera, con esos ojos inflamados de tanto llorar. –Elba había hablado como si mordiera cada palabra y Graciela sollozaba presa de un incontrolable temblor sumida en la ...