1. El proctólogo


    Fecha: 31/10/2018, Categorías: Transexuales Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... rítmicamente su apéndice bucal en el interior de la mulata, realizaba un estrambótico molinete que hizo que Marcela se mojase la mano con saliva y comenzase a masturbarse por debajo del cuerpo.
    
    El doctor Sigüenza, después de un cuarto de hora disfrutando de las mil fragancias y sabores que estaba obteniendo de aquella extraordinaria experiencia, decidió que era hora de utilizar aquellos dedos celestiales que le habían dado renombre mundial.
    
    Introdujo lentamente el índice realizando la maniobra de Zütz. Efectuó con precisión el alambicado doble giro que dicha maniobra requiere hasta rozar el punto cercano a la próstata que había descubierto era un foco de placer inaudito. Un ronco estertor de regodeo por parte de la mulata le hizo saber que iba por buen camino. Palpó la próstata de forma experta y luego con médica paciencia se dedicó a presionarla y acariciarla alternativamente hasta que Marcela con un sollozo sonoro se corrió abundantemente sobre el cubrecama.
    
    – Doctor Sigüenza, ha sido el mejor dedo que nunca haya entrado en mi culo –susurró el transexual cuando se hubo recuperado.
    
    – Gracias, Marcela, ¿Crees que ahora estás en condiciones de que continúe mi exploración con el dedo mayor? –respondió el proctólogo señalando hacia su miembro en erección.
    
    – ¡Por la calavera de la Virgen Negra! Doctor Sigüenza, menudo ciruelo tiene usted –comentó ella con admiración– Es usted, y perdone que se lo diga, más feo que pegarle a un padre, pero hacía años que no veía ...
    ... algo tan bonito.
    
    Al oír estas palabras el doctor Sigüenza pensó en los exiguos y aburridos polvos que había pegado con su devota esposa: siete, un número de connotaciones bíblicas y que, a polvo por niño, le habían proporcionado las siete bestezuelas que correteaban por su casa. En ninguno de esos siete polvos su mujer se había dignado mirar su pene, aún menos tocarlo con las manos y por supuesto jamás se había hecho mención de él, como si al entrar en el matrimonio aquel apéndice de masculinidad hubiese adquirido el don de la invisibilidad.
    
    Mientras el médico cavilaba amargamente sobre estos temas, Marcela se desabrochó el sujetador que todavía llevaba puesto y se tumbó boca arriba procurando evitar el charco de su propio semen sobre el lecho. La visión que tuvo el doctor Sigüenza, cuando la mulata abrió las hercúleas piernas enfundadas en medias negras de nilón, casi le provoca un infarto: el miembro en erección surgía de la banda elástica del tanga aún puesto, descansaba como una anaconda dormida sobre su vientre y su cabeza dejaba escapar un hilo de semen unos centímetros por encima del ombligo; los formidables testículos colgaban laxamente a ambos lados de la prenda íntima; los abdominales se dibujaban con nitidez a medida que se expandían y contraían siguiendo la cadencia de la respiración; los globos de los senos ascendían y descendían siguiendo idéntico ritmo y en el rostro sudoroso se dibujaba una sonrisa angelical.
    
    – ¿A qué está esperando, doctor? –le recordó ...
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