Desbordada: Confesiones de una sesentona indomable - Relatos Eróticos

Desbordada: Confesiones de una sesentona indomable

... conoce la respuesta.

Asiento mientras vierto el café en mi taza favorita, una de cerámica azul que perteneció a nuestra madre.

—El agua está perfecta a esta hora. Y la playa, vacía.

Este ha sido mi ritual desde que llegué a Cullera: despertar con el primer rayo de sol, caminar hasta la orilla y sumergirme en el Mediterráneo. A veces nado hasta que los músculos protestan; otras, simplemente floto, dejando que el agua me sostenga, que el sol naciente acaricie mi rostro. Es en esos momentos cuando siento que todo es posible, que la vida no es una sucesión de oportunidades perdidas sino un continuo descubrimiento.

—Tienes un mensaje —dice Mayte, señalando mi teléfono que vibra sobre la mesa—. ¿Quique o el relojero seductor?

Le he contado todo a mi hermana. No podía ser de otra manera: Mayte tiene un radar infalible para detectar cuando le oculto algo. Su reacción, lejos de ser el juicio que temía, fue una mezcla de comprensión y alegría por mí.

—Probablemente Quique —respondo, aunque no hago ademán de comprobarlo—. Me llama todas las noches, pero últimamente también envía mensajes por la mañana. Dice que es para no molestarme si estoy ocupada.

Esta nueva consideración de Quique sigue sorprendiéndome. Desde que llegué a Cullera, ha mantenido una presencia constante pero respetuosa: llamadas donde realmente escucha, mensajes que no exigen respuesta inmediata, incluso el envío de un libro que mencioné querer leer hace meses. Es como si el hombre que se había ...

... ido desvaneciendo durante décadas estuviera reapareciendo lentamente.

—¿Y el otro? —pregunta Mayte con esa franqueza que siempre me ha desarmado.

—Ximo —lo corrijo suavemente—. También nos escribimos. Pero es... diferente.

Y lo es. Mis conversaciones con Ximo no tienen la carga de cuatro décadas de historia compartida. Son ligeras pero profundas, exploratorias, sin expectativas ni resentimientos. Me cuenta sobre relojes que está restaurando, me envía fotos de amaneceres desde su ventana, me recomienda músicas que descubre. Y a veces, cuando la noche es especialmente silenciosa, me envía mensajes que hacen que mi cuerpo recuerde sensaciones que creía olvidadas.

—Lo importante es que te estás encontrando a ti misma —dice Mayte, siempre perspicaz—. Se te nota en la cara, en cómo caminas. Estás volviendo a habitar tu cuerpo.

Sus palabras capturan exactamente lo que he estado sintiendo. Durante años, mi cuerpo fue un vehículo funcional, algo que me transportaba de un lugar a otro, que cumplía tareas, que envejecía sin que yo prestara demasiada atención. Ahora lo siento como parte integral de mi ser, como un territorio que estoy redescubriendo con asombro.

El agua está deliciosamente fresca esta mañana. Septiembre ha traído un ligero cambio en la temperatura, una suavidad al aire que anuncia el otoño pero aún conserva la calidez del verano. Me sumerjo completamente, sintiendo cómo el mar me envuelve, me acoge.

Al emerger, veo que no estoy sola en la playa. Un ...