Desbordada: Confesiones de una sesentona indomable
Fecha: 13/09/2025,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Lucas 2304, Fuente: TodoRelatos
... concertar una cita? La palabra "cita" revolotea en mi mente, ridícula y excitante a partes iguales.
Esa noche, mientras preparo la cena, me sorprendo tarareando una vieja canción de Serrat. Quique me observa desde el umbral de la cocina con una expresión que no logro descifrar.
—Hacía tiempo que no te oía cantar —comenta, y por un momento veo un destello del hombre que conocí, el que prestaba atención a estos pequeños detalles.
—Supongo que hoy tengo ganas de cantar —respondo, sin dejar de cortar verduras.
Se acerca y, en un gesto que me deja momentáneamente paralizada, coloca una mano sobre mi hombro. Es un contacto ligero, casi tímido. No es una caricia, pero tampoco es el roce accidental al que nos hemos reducido en los últimos años.
—Me alegra —dice simplemente.
Durante la cena, comemos en un silencio diferente al habitual. No es el silencio pesado y opresivo de dos extraños atrapados en la misma mesa, sino algo más complejo. Como si ambos intuyéramos un cambio en el aire pero ninguno supiera nombrarlo.
—He pensado ir a ver a tu hermana este fin de semana —comenta Quique mientras recogemos los platos—. Hace meses que no visitamos Cullera.
Su propuesta me sorprende. Hace años que dejó de sugerir planes, que se limitaba a aceptar o rechazar los míos con indolencia.
—¿A qué viene ese interés repentino? —pregunto, sin poder evitar cierta suspicacia.
Quique se encoge de hombros, pero hay algo en su gesto que sugiere más de lo que dice.
—No sé. ...
... A veces echo de menos cómo eran las cosas. —Hace una pausa y añade, casi para sí mismo—: Como éramos nosotros.
Sus palabras me conmueven y me inquietan a partes iguales. Después de tanto tiempo de aceptar nuestra distancia como algo inmutable, su pequeño gesto hacia el pasado resulta desconcertante.
—Ya veremos —respondo, sin comprometerme.
Esa noche, frente al espejo, me observo con nuevos ojos. Más allá de las arrugas, de la piel que ya no tiene la firmeza de antaño, busco a la mujer que fui y a la que podría ser. No se trata de negar el paso del tiempo —cada línea en mi rostro cuenta una historia que no cambiaría— sino de reconocer que el tiempo no ha terminado conmigo.
Me aplico crema con movimientos lentos, casi rituales. Mis manos recorren mi cuello, mis hombros, territorios olvidados que de pronto reclaman atención. Al llegar a mis pechos, noto cómo la piel, aún tersa a pesar del tiempo, se estremece bajo mis dedos. La crema fría contrasta con el calor que emana de mi interior. Y entonces ocurre algo que no había sucedido en años: mis pezones se endurecen, respondiendo a una caricia que no recordaba haber echado de menos.
Me detengo un instante, disfrutando la sorpresa de esta sensación casi olvidada. La piel se eriza bajo mis dedos al acariciarlos, un placer pequeño pero intenso que me hace sonreír. Mi cuerpo, este cuerpo que creía dormido, está despertando. Un cosquilleo de anticipación, una promesa de algo nuevo, se extiende desde mi centro hacia cada ...