Desbordada: Confesiones de una sesentona indomable - Relatos Eróticos

Desbordada: Confesiones de una sesentona indomable

... sinceridad.

Nos detenemos en una esquina. Es el momento de separarnos, pero hay una tensión en el aire, una pregunta no formulada.

—Tengo entradas para una exposición en el IVAM este viernes —menciona como quien no quiere la cosa—. Arte contemporáneo. Si te interesa...

La invitación queda suspendida entre nosotros, cargada de significados implícitos. No es solo una exposición; es un paso más en esta danza que apenas comienza.

—Me encantaría —respondo, sorprendiéndome a mí misma por la rapidez de mi respuesta.

Su sonrisa es radiante. Me despido con un gesto que pretende ser casual, pero mientras me alejo, siento su mirada siguiéndome. Y, lo más extraño, me siento hermosa bajo esa mirada.

Los días siguientes transcurren en una extraña dualidad. Por un lado, la rutina de siempre: las clases de pilates, los paseos con Nelo, las comidas y cenas con Quique en un silencio que solo ocasionalmente se rompe con comentarios sobre el clima o las noticias. Por otro lado, una corriente subterránea de anticipación que colorea cada momento.

Quique parece notar el cambio en mí, aunque no sabe identificar su origen. Me observa con una mezcla de curiosidad y algo que podría ser preocupación.

—Estás diferente —comenta el jueves por la noche, mientras me obliga a ver un documental sobre la vida en las trincheras durante la Primera Guerra Mundial—. Como... no sé, más animada.

—¿Es eso malo? —pregunto, genuinamente interesada en su respuesta.

—No, claro que no. ...

... —Hace una pausa—. Solo me pregunto qué ha cambiado.

Por un momento, siento el impulso de contarle la verdad. No sobre Ximo específicamente, sino sobre cómo me siento: viva de nuevo, vista, valorada. Pero me contengo. No por miedo o culpabilidad, sino porque este sentimiento es mío, solo mío, después de décadas de existir principalmente para otros.

—Quizás simplemente estoy redescubriendo partes de mí que había olvidado —respondo enigmáticamente.

Quique asiente lentamente, como si procesara mis palabras, pero no insiste. Volvemos al documental, pero siento que algo ha cambiado sutilmente en nuestra dinámica. Como si un velo invisible se hubiera levantado ligeramente, permitiéndonos vislumbrar verdades que llevamos años evitando.

El viernes llega con una mezcla de nerviosismo y determinación. Paso más tiempo del habitual eligiendo qué ponerme, decantándome finalmente por un vestido negro sencillo pero elegante que compré hace años para una graduación y nunca me atreví a usar, considerándolo "demasiado juvenil".

Me observo en el espejo y, por primera vez en mucho tiempo, me veo realmente. No la versión que los demás esperan de mí —la jubilada, la esposa, la madre— sino la mujer completa, con sus deseos, sus miedos, su derecho a la aventura.

—¿Vas a salir? —pregunta Quique cuando me ve arreglada.

—Exposición en el IVAM —respondo con naturalidad—. Con Merçè.

La mentira sale con facilidad, y me sorprende lo poco que me afecta. No es crueldad hacia Quique; es ...