Detenida
Fecha: 07/10/2017,
Categorías:
Confesiones
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... piedra. El uniforme le sentaba como un tercer guante. Me parecía el tío más deseable, no solo por su uniforme, también por sus formas descaradas, por su manejo de la situación que no me daba opción más que a seguirle el juego.
Paralizada, sentada en mi asiento, vi como hablaba brevemente por radio mientras se giraba hacia la acera de enfrente, gesticulando con discreción. Por pura curiosidad volví la vista en la misma dirección y encontré un clon de mi uniformado; misma moto, misma vestimenta, corpulencia similar. La vista no me daba para más comparaciones, pero estas fueron suficientes para darme cuenta de que mi sugerente provocador no estaba solo. Si ya me extrañaba a mí. Siempre van de dos en dos.
Inmovilizó su moto y se dirigió de nuevo al coche; esta vez al asiento del acompañante. Abrió la puerta y pasaron unos segundos antes de que se colara dentro y sintiera más agresiva su invasión a mi espacio. Cuando al fin me atreví a mirarle descubrí que se había quitado el casco y lo sujetaba entre sus manos, apoyándolo en sus rodillas. Se giró hacia atrás y lo dejó en el asiento posterior. Es bastante más joven de lo que parece por la voz. Su rostro me resultó atractivo, pero sin duda eran sus palabras y su seguridad en su poder para excitarme sin que hiciera oposición lo que me estaba poniendo a mil.
Nos vamos, preciosa.
¿Preciosa? ¿Lo siguiente será "princesa"? Mmmm... su voz cuadra perfectamente con su físico.
Nos vamos..., ¿a dónde?, dije tratando de ...
... hacerme la dura, la nada asustada, la autoconfiada... La chulita si me apuras.
Tú conduce, me dijo con total naturalidad.
Y no había terminado de incorporarme a la vía cuando ya tenía su mano entre mis muslos; me manoseaba a toda prisa, como quien busca un mapa en la guantera.
Las cosas se me iban de las manos. Mis hormonas daban brincos mientras mis neuronas atontadas trataban de reprimirlas inútilmente del disfrute de aquella situación tan morbosa como inesperada.
Conduje como pude, poseída por sus manos ya desvestidas. Entre la oscuridad de la noche, la escasez de viandantes y la discreción de sus movimientos, desde fuera del vehículo no podía apreciarse nada de lo que estaba sucediendo dentro.
Sus dedos se colaban bajo mi camiseta, ahuecaban mi pantalón de deporte de cinturilla elástica estimulándome para realizar movimientos ajenos a mi voluntad que siempre iban encaminados a facilitarle la ruta.
Nos habíamos alejado bastante de la cuidad. Durante el trayecto sentí miedo porque circulábamos por una carretera secundaria nada iluminada, que además, no conocía. No podía concentrarme en sus tocamientos, pero tampoco en el camino, y sin embargo estaba excitadísima. No podía pedirle que parara, aún sabiendo que hubiera sido lo más acertado para por lo menos llegar sanos y salvos donde quiera que estuviéramos yendo.
Para aquí, me indicó.
¿Dónde coño estamos? Si tuviera que venir de nuevo no sabría cómo llegar. Nos detuvimos delante de una barrera levadiza que ...