1. Hidden Club


    Fecha: 24/01/2021, Categorías: Intercambios Autor: veroydany, Fuente: RelatosEróticos

    ... de “regular” a lo siguiente.
    
    En la segunda, el suelo estaba alfombrado con colchonetas. Cuando nos asomamos, había en ella dos parejas: los dos hombres estaban sentados, y sus compañeras se aplicaban a hacerles una felación, de rodillas ante ellos. Con todo, lo que más me impresionó, fue que uno de los dos varones tenía la mano introducida entre las piernas de la mujer que “atendía” al otro hombre, y le estaba acariciando el coño.
    
    Cuando nos dimos la vuelta, vimos caminar hacia nosotros a dos efebos de poco más de veinte años, cogiditos de la mano. Uno de ellos iba completamente desnudo, mientras que el otro vestía un tanga que apenas le cubría el “paquete”.
    
    —¡Serán maricones! —murmuró Aster, mirándoles con desaprobación.
    
    El tipo comenzaba a caerme gordo.
    
    —Acabas de ver a dos mujeres haciendo algo parecido a lo que de seguro van a hacer estos dos, y aparentemente no te ha parecido mal —le reproché.
    
    —No es lo mismo —farfulló con gesto hostil.
    
    —Pues dime tú cual es la diferencia… ¿Qué se lo hacen por el ano? ¿Es peor que el hecho de que un tío encule a una mujer? —pregunté.
    
    —¿Qué pasa? ¿También a ti te van los tíos? —preguntó él con voz chulesca—. Pues te comunico que yo no estoy por la labor…
    
    Los dos hombres habían entrado en la puerta siguiente. A pesar de mis palabras, tampoco tenía ningún interés en verlo, pero simplemente porque no me resulta excitante contemplar a dos hombres haciéndolo, de manera que pasamos de largo.
    
    La cuarta ...
    ... habitación estaba dedicada al sado-maso. Lo primero que vimos al asomarnos, fue una mujer desnuda atada a dos tablones que formaban una “X”. Su cuerpo era un muestrario de tatuajes que le cubrían la piel de los hombros, brazos y vientre. Un tipo con calzones de cuero y verdugo cubriéndole cara y cabeza, le estaba azotando con una fusta (no muy fuerte, me pareció), a pesar de lo cual, ella tenía los muslos y las caderas enrojecidos. Y, para mí lo más sorprendente, la expresión de la mujer no era de dolor, sino de algo parecido al éxtasis.
    
    Unos pasos más allá, una matrona que no cumpliría más los cuarenta, calculé, vestida de cuero de pies a cabeza, pero con dos orificios por los que asomaban sus enormes pechos, sujetaba una correa de las que se usan con los perros. El collar rodeaba el cuello de un varón que caminaba sobre manos y rodillas.
    
    Al fondo, sobre una especie de alfombra, dos mujeres desnudas se alternaban en lamer el ano de un tío, acción que sustituían de vez en cuando con la de introducirle un consolador por el recto.
    
    Aparté la vista, sin poder evitar un gesto de desagrado.
    
    —¿No te gusta esto? —inquirió Aster.
    
    —Para nada —indiqué—. No comprendo cómo alguien puede encontrar placer en humillarse, o en causar o recibir dolor. Y los tatuajes… Otra forma de castigar tu propio cuerpo, y además…
    
    Sin decir palabra, Violeta descorrió una cremallera en la espalda de su vestido, sacó los brazos y le dejó deslizar hasta sus tobillos. Debajo no había nada. Sentí una ...
«12...789...17»