El calvario de Luciana (7)
Fecha: 05/01/2018,
Categorías:
Confesiones
Autor: señoreduardo, Fuente: CuentoRelatos
... mirar por sobre un hombro y se estremeció al ver a Emilia empuñando la paleta, que hacía sonar descargándola una y otra vez contra la palma de su mano izquierda.
-¿Qué va a hacerme, Ama? –preguntó con voz temblorosa y los ojos muy abiertos clavados en el instrumento de castigo.
Emilia miró a Elba: -Volvió a hablar sin autorización.
-Así es, señora.
-¿Cuántas palabras pronunció?
-A ver… -y el ama de llaves se tomó unos segundos para recordar la frase. –Cinco, señora, cinco palabras.
-Bien, creo que cinco paletazos en el culo por cada palabra estará bien; veinticinco entonces más otros veinticinco por tus relinchos anteriores.
-¡Nooooooo, Ama, noooooooooo! ¡Se lo ruego! ¡La cola me va a quedar a la miseria! ¡Mi marido me va a ver! ¡¿Qué le digo, Ama?! ¡¿Qué le digo?!
-Seguramente encontrarás la manera de que no te vea el culo por un par de días. –contestó la proxeneta fríamente mientras se deleitaba mirando esas nalgas blancas, redondas y todavía firmes.
“¡Dios mío! ¡¿Cómo caí en esto?!”, se desesperó Graciela y mientras esperaba el primer azote se dijo: “Me lo tengo merecido… tengo merecido todo lo que Emilia me haga… Me lo tengo merecido por degenerada, por puta, por morbosa…” y fue en ese momento que sintió el dolor del primer paletazo.
Se estremeció mientras sentía como si ese dolor la recorriera de pies a cabeza luego de estallar en su nalga derecha. Emilia hizo una pausa antes de descargar el siguiente golpe. Quería que Graciela ...
... experimentara en toda su plenitud y duración esa sensación ignorada hasta entonces. Y Graciela la vivió a fondo, sorprendida de que ese dolor hubiera sido también placer, un placer oscuro, inexplicable desde la razón.
Emilia sostenía que muy pocas, escasísimas mujeres podían resistirse al goce de una primera paliza bien dada, y ella era una spanker muy experta. Sabía que para inducir a una hembra a la adicción al spanking había que pegarle con una determinada intensidad muy precisa que armonizara dolor y placer, placer y dolor, y era eso lo que estaba haciendo con Graciela. No le daba demasiado fuerte, lo necesario según su propósito, y advertía que estaba logrando el objetivo, porque la víctima jadeaba, gemía inequívocamente atrapada por el goce. Cuando le había dado diez paletazos detuvo el castigo, cambió la paleta a la mano izquierda e introdujo la derecha por debajo de las nalgas, que lucían ya un tono rosado. La humedad le empapó los dedos cuando metió dos de ellos en la concha, que era una catarata de flujo. Miró a Elba sonriendo pérfidamente y ésta le devolvió la sonrisa al advertir de qué se trataba.
-Así que esto te gusta, ¿eh, yegua?
Graciela estaba roja de vergüenza y permaneció en silencio, pero Emilia no estaba dispuesta a admitirle ningún gesto de rebeldía ni desobediencia, por mínima que fuera. La agarró del pelo, le torció hacia atrás la cabeza y dijo:
-Te hice una pregunta, puta, y cuando pregunto se me responde.
-Sí… -musitó Graciela con voz alterada por ...